_
_
_
_
_

Las tapias de Modesto Las tapias de Modesto

Es aquí, ¿ven? -la chica rubia se adelanta unos pasos, se da la vuelta para mirarles de frente, continúa con su explicación-. Eran estas dos tapias, pero sobre todo ésta de aquí, la pequeñita…

Almudena Grandes

Por un instante, Modesto se arrepiente de haber venido. Él ya lo sabe todo, estuvo aquí muchas veces cuando vivía con su abuela, y entonces no era más que un crío, pero todavía se acuerda perfectamente. Al acercarse a la tapia, sin otra carga que un ramo de flores, la abuela empezaba a resoplar y, aunque no hubiera nadie cerca, se limpiaba la cara con un pañuelo y se ponía las manos en los riñones, como si le dolieran mucho de repente. Después, con toda la naturalidad del mundo, se sentaba sobre cualquier lápida que pareciera vieja, descuidada, miraba a un lado, luego al otro, y por fin a él. Tú vigila, que no vengan los guardias, le decía. Y mientras Modesto, muerto de miedo, seguía sus instrucciones, la abuela, con una agilidad y una puntería asombrosas, encajaba todas las flores del ramo, una por una, en los agujeros de bala que seguían abiertos en el muro de ladrillo donde habían fusilado a su marido. Anda, vámonos ya, le decía entonces, y él volvía a tener miedo, mucho miedo, tanto que el corazón se le salía por la boca, porque no lo entendía, no podía entender cuál era el peligro, el delito que habían cometido, qué había de malo en que su abuela y otras mujeres como ella llevaran flores a la tapia de un cementerio, aquel sitio inmenso que estaba lleno de flores, aunque los demás las dejaran sobre las tumbas y no en aquella pared donde sólo había nombres escritos con tiza que nunca eran los mismos, porque los borraban enseguida y no se reconocían entre una y otra visita.

Más información
130.000 consejos de guerra podrán consultarse en línea

-Y aquí está la placa que les puso el Ayuntamiento a las Trece Rosas en 1988, ¿ven? -la chica rubia avanza un poco y todos la siguen-. Esto es lo único que han respetado. Han dejado sólo este trocito y todo lo demás lo han llenado de columbarios, que son como nichos pequeños para guardar cenizas. Pero aquí no fusilaron sólo a las Trece Rosas. Aquí fusilaron a 2.663 personas entre 1939 y 1944. Dos mil seiscientas sesenta y tres, que se dice pronto, y eso que no fusilaban los domingos…

Su abuelo era uno de aquéllos, el único del que se sabía cuándo había muerto, y dónde. Después de la guerra, en su familia faltaron dos personas más, un hermano de su padre y un cuñado de su madre. Los dos vivían cerca del río, a los dos se los llevaron la misma noche, y de ninguno de los dos se volvió a saber nada. Como no hubo constancia de su detención ni llegaron a ingresar en ninguna cárcel, oficialmente siguieron estando vivos hasta que sus viudas reunieron el valor suficiente para pedir que, por lo menos, se les declarara muertos. Por aquel entonces, mediados de los cincuenta, Modesto ya había oído un montón de cosas, que Madrid estaba lleno de túneles, perforado de punta a punta, que había una fosa enorme en el arroyo Abroñigal, otra en la Universitaria… Vete a saber, decía su abuela, vete a saber, porque la gente, con tal de hablar, dice lo primero que se le ocurre… Por eso, ella prefería seguir yendo a la tapia del cementerio del Este, que ya ni siquiera se llamaba así, sino de la Almudena, pero que no había dejado de ser el mismo, con las mismas paredes acribilladas a balazos.

-Y no podemos pedirle al Ayuntamiento que quite los columbarios -la chica rubia habla cada vez con más energía, más convicción-, pero sí que no haga nada en la tapia pequeña, que fue donde fusilaron a más gente. Que no la tapen, que no la escondan, que no sigan haciendo como si aquí nunca hubiera pasado nada. Que coloquen una placa en recuerdo de los fusilados, porque ellos fueron víctimas de la paz, no de la guerra. Porque no los mató la guerra, los mató el régimen de Franco, eran presos políticos, casi tres mil presos políticos asesinados por sus ideas. Ninguna democracia puede dejar de condenar su muerte ni de honrar su memoria, y si la derecha no está dispuesta a asumir ese deber, que lo diga en voz alta, bien clarito. Y como ustedes ya lo pidieron hace un par de años, e hicieron una asociación y todo, pues queremos informarles y pedirles que nos apoyen, por supuesto…

Habla bien la chica, piensa Modesto, mientras saca el bolígrafo. Y firma, claro que firma, pero no se encuentra bien, y lo que más le duele es no haberse acordado de traer una flor para meterla en esta pared que hoy, en junio de 2006, sigue estando llena de flores.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_