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Crítica:EQUIPAJE DE BOLSILLO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El universo gabiano

Creció en la frontera donde los vientos de la realidad y la ficción se mezclan. Y son uno solo. Entre los pasajes de guerra que le contaba su abuelo Nicolás Ricardo Márquez y las historias de difuntos, creencias legendarias y supersticiones de su abuela Tranquilina Iguarán.

De aquel ambiente proceden las novelas y cuentos de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927). Aunque la voz que habría de tomar prestada se parece más a la de su abuela que relataba cosas increíbles con una 'cara de palo' que hacía verosímil lo que fuera. Por eso en las páginas de sus libros resuenan los ecos de la narración oral. De una voz que desde la primera frase reclama su atención. Y para eso se llena del comienzo y fin de la historia a relatar. Pero saber ese todo es una cautivadora trampa porque lo que despierta en el oyente es el interés por saber qué es lo que guarda ese todo. Es entonces cuando Gabo despliega un mecanismo de vida literaria provisto de una atmósfera serena cuyos latidos los dan las acciones mientras que del alma se encarga la poética de las palabras y los recursos lingüísticos. El resultado son títulos impactantes y comienzos memorables. Ahí está Cien años de soledad con su: 'Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo'.

Pero no todo son historias políticas. El amor está presente en todas sus obras, especialmente en El amor en los tiempos del cólera, en la que recrea el romance de sus padres: 'Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados'.

Tras estas primeras frases, el Nobel colombiano da rienda suelta a rutas narrativas que conformar una maraña de relatos que llegan a tiempo para crear un final que linda con el comienzo de la historia. Como cuando la mujer de quien protagoniza El coronel no tiene quien le escriba le pregunta qué van a comer: 'El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: 'Mierda'. O cuando en su fresco de los dictadores, El otoño del patriarca, el pueblo recibe la 'noticia jubilosa de su muerte', mientras él 'sigue ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado'.

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