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Reportaje:París | PANORAMA

Entre la escritura y el silencio

Cómo puede ser que se escriban tantos libros? ¿Cómo puede ser que en cada rentrée littéraire en Francia se alcancen los 500 títulos, o incluso más? Quizás eso quiere decir que siempre se lee, por distintas razones, pero los lectores siguen esperando los títulos de la nueva temporada con curiosidad. En Francia es clásica la querella entre una apuesta y otra. El año pasado fue La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq (Alfaguara, 2006), favorito para el Premio Goncourt que se falla en noviembre, pero que fue a dar a un autor con una apuesta más vital: François Weyergans: Tres días en casa de mi madre (Grasset). Una novela de la catástrofe humana, la clonación, frente a otra que hablaba desde el plano individual sobre la relación con la madre. Porque, me arriesgo a decir, lo que cada lector desea es comprender un libro, sentirlo y vivirlo como si fuese él o ella quien lo ha escrito, que la letra escrita vibre, que posea, si puede, algo de divino, algo que haga soñar. Cada libro podría ser ese mensaje que espera ser leído para estar completo, escrito, como decía Kafka, en forma de plegaria.

Es curioso que dentro de esta cantidad de libros publicados en Francia haya encontrado varias veces la palabra bienviellance, en los títulos y en los contenidos. Quiere decir benevolencia, altruismo, generosidad. No es gratuito que el premio Goncourt 2006, otorgado el pasado lunes, y uno de los libros más comentados, el de Jonathan Littell, nacido en Estados Unidos y que ha escrito en francés (una novela de 1.000 páginas), lleve como título Les bienviellants (Gallimard, 2006), Los benevolentes. La novela indaga el problema del mal encarnado en la persona de un oficial de las SS. Un hombre dispuesto a obedecer, una especie de Eischmann que explica sus razones para ejecutar ciegamente las órdenes de los verdugos. Al lado de Littel, una autora, la otra cara de la moneda, Christine Angot (su primera novela, El incesto, salió publicada en Seix Barral en 2000), porque Rendez Vous (Flammarion) es un largo episodio de su vida, extenso como el hilo de Ariadna que trata de conducir a su autora fuera del laberinto y saber quién es el hombre que ha querido. Angot perturba porque ha borrado la distancia que existe entre el autor y su obra y emplea el Yo en el límite del presente indicativo: yo digo, yo suscribo y firmo, sin contemplación, como dice ella. George Steiner escribió en Extraterritorialidad, "la vida es un alumbramiento, de una forma más o menos acabada, del yo potencial". En ella es una performance lingüística por medio de la autoficción, neologismo que desea implantar la validez de un Yo que se dice y se busca a través de las palabras. Pero también están los autores que bordean la experiencia, los que hacen de sus libros construidos espejos que deforman la propia imagen, un espacio de desarraigo, de ejecución trascendental, y de roce constante con la muerte. Richard Millet es autor de una larga lista de novelas y ensayos, complejo, ambicioso, siempre al borde de un abismo fundamental: la falta de una experiencia completa, en el amor, en las relaciones con los otros, siempre confrontadas a una especie de tragedia humana, a esa imposibilidad de realmente amar o ser amados.

Todo empieza en él, con esa

arcadia perdida desde la infancia, la del amor materno, la del territorio y el reconocimiento de sí mismo en las relaciones con las mujeres que se convierten, como el título de esta novela, en Devorations (Gallimard), dimensión antropofágica de la experiencia amorosa. La novela de Yasmina Khadra, Las sirenas de Bagdad (Julliard), sobre el tema del terrorismo visto desde otra perspectiva, y la novela de Camille Laurens (Ni toi ni moi, POL), estupenda encuesta sobre el tema del apego. Son varias autoras que emergen en esta temporada, Lorette Nobecourt (En nosotros la vida de los muertos, Grasset), escritora interesantísima que aparece al lado de Amelie Nothomb, un fenómeno comercial inédito. Dentro de todo esto, la obra de Herman Melville aparece en un tercer volumen de la colección La Pléiade, en Gallimard, y no deja de plantearnos la pregunta sobre por qué se escribe o se mantiene silencio, pregunta fundamental que encarna Bartleby. En el centro de esa pregunta, que es también una larga historia de amor, emerge la del tema del amor entre las personas, quizás porque cuando se escribe algo sobre los sentimientos más íntimos rozamos con la idea del absoluto, con una especie de ausencia de Dios que todos lamentamos, un resabio de sentimiento religioso que podemos entender sin ser creyentes. Es esa presencia que encarnan las frases, evocando ese vacío para tratar de llenarlo, es ese movimiento que hace que un libro nos remueva en el interior.

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