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Reportaje:Los investigadores españoles

"Me despido, harta de ser un problema

El programa Ramón y Cajal para retener científicos en España se enfrenta a sus primeros fracasos

"Me despido se titulaba el correo electrónico que María Contel, investigadora, envió hace unas semanas a sus colegas. Contel es de la primera promoción del programa Ramón y Cajal, un sistema de contratos de cinco años iniciado en 2001 para evitar la fuga de cerebros en España. El contrato de María Contel y el de otros varios cientos de cajales terminará en unos meses. ¿Cómo darles un puesto estable?

A pesar de un programa específico creado por el Ministerio de Educación y Ciencia, la disparidad de soluciones a que recurren, sobre todo las universidades, pone en evidencia la enorme dificultad con que el sistema de ciencia español integra a una generación entera de investigadores cuya valía, por otra parte, reconoce. Contel, mientras tanto, se vuelve al extranjero.

"La permanencia me la podrán conceder antes de los cinco años, en consideración a mi CV"
"Por primera vez empieza a haber unas etapas claras de acceso a la ciencia"
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[puesto que se convierte en permanente si la evaluación del candidato es positiva], o sea, lo que nos prometieron aquí hace cinco años, y me dan dinero para investigar (más para dos años del que se da aquí para un grupo de cinco personas en tres años), dos laboratorios y la posibilidad de tener estudiantes. (...) La permanencia me la podrán conceder antes de los cinco años, en consideración a mi currículum vítae".

Así empezaba la carta de Contel. Esta química zaragozana de 35 años pasó dos años y medio posdoctorales en la Universidad Nacional Australiana en Canberra, más un año en la Universidad de Utrecht (Holanda), antes de volver a la Universidad de Zaragoza y ganar un Cajal en 2001.

Este programa buscaba que sus beneficiarios, investigadores de buen currículo, trabajaran de forma independiente, en vez de dentro de un grupo ya creado -algo propio de un becario posdoctoral-. Un detalle que se reconoce como importante, porque permite la entrada de ideas nuevas en el sistema de ciencia de un país.

Pero en el caso de Contel, esto no fue posible: "En muchas áreas (como en la mía), lo de ser investigador principal de un proyecto importante es una fantasía. Los grandes jefes se lo reparten todo", escribió. "Te ven como un becario de lujo. Sigues dependiendo de un jefe de grupo, y si te apoya, bien, pero si no...". Ella desarrolló su trabajo -relacionado con la búsqueda de catalizadores con menos impacto en el medio ambiente- "sin dinero y sin becarios, porque no podía pedirlos yo".

Con un contrato a punto de acabar y sin una acción clara por parte de la Universidad de Zaragoza respecto al futuro de sus cajales, Contel optó por buscar fuera, y le fue bien. Finalmente, su universidad sí estabilizará a sus cajales, pero para Contel la decisión ya estaba tomada. "Aquí parece que tenemos que dar las gracias por trabajar. Nosotros hemos sido evaluados como mínimo tres veces en cuatro años, y no puedes tener a gente constantemente preocupada por buscar plaza en el mejor momento de su carrera científica. Tengo ganas de dedicar mis energías a investigar. Y estoy cansada de oír que somos un problema, en vez de un potencial humano con un gran currículo".

Sus críticas no son aisladas. Muchos cajales se han quejado de falta de autonomía, espacio y recursos. También de jefes que exigían ser incluidos en publicaciones científicas en las que no habían trabajado. Todo ello con la consecuencia perversa de que los currículos de algunos cajales empeoran, lo que juega en su contra a la hora de competir por una plaza estable.

¿Qué vías ofrece hoy el sistema para lograr eso, una plaza estable? Hace un año, el Ministerio de Educación y Ciencia (MEC) puso en marcha el programa I3, que incentiva los contratos estables a investigadores pagando los tres primeros años de sueldo.

El I3 "está funcionando muy bien, las universidades están haciendo un esfuerzo enorme", afirma el MEC, muy satisfecho además con la respuesta de las comunidades autónomas -a quienes corresponde la financiación de las universidades-. "Quedan cosas por ajustar, pero por primera vez empieza a haber unas etapas claras de acceso al sistema de ciencia". Por ahora, son las 18 universidades y centros de investigación que se han acogido al programa, y hay en total 310 contratos I3 asignados a 2005.

Pero sigue habiendo universidades opacas al programa. Y no todas las que se acogen al I3 lo aprovechan igual. En la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), el I3 ha contribuido a que la veintena de cajales de último año tengan ahora plaza indefinida en la propia institución; pero en la Universidad de Valencia (UV), que también recurre al I3, los cajales serán contratados a través de una fundación propia. Una salida que Alberto Fernández Soto, astrofísico de 36 años en su tercer año de contrato cajal en la UV, considera "una lástima desde el punto de vista del compromiso": "Son personas que has atraído, y que ahora mandas a una empresa privada. Es lo de siempre: incertidumbre, inseguridad...; una carrera llena de obstáculos". Si él no consiguiera una plaza estable, simplemente dejaría la ciencia. Con 36 años, seis de ellos como posdoctoral en tres países, Fernández Soto dice que "cuando mi familia y yo nos volvimos, era para no volver a salir".

Otro conflicto que no resuelve el I3 es el de "docencia versus investigación". Tradicionalmente, las universidades españolas generan puestos de trabajo en función de sus necesidades docentes, no de investigación. Y los cajales son investigadores. En la UAM hubo una "apuesta fuerte por la investigación" -dicen sus cajales estabilizados-, pero no todas las universidades aceptarán esa apuesta. Fernández Soto, por ejemplo, está habilitado como profesor titular por un tribunal, pero explica que la UV no saca una plaza de esa categoría con su perfil porque éste no es de docencia.

También ilustra lo complejo de la situación lo que ocurre en el Centro de Biología Molecular (CBM), un centro mixto de la UAM y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Mientras los cajales del CBM contratados por la universidad ya tienen plaza -o muy probablemente la acabarán teniendo-, el futuro de sus colegas contratados por el CSIC se mantiene todavía incierto. Es el caso de la bióloga del desarrollo Isabel Rodríguez, cajal desde 2002. Como Contel, Rodríguez niega que la independencia preconizada por el programa Cajal para los contratados sea real, en este caso por una peculiaridad del CSIC: los cajales de este organismo deben ser solicitados por un científico de plantilla, de cuyos proyectos saldrá parte del sueldo de los cajales. "Eso implica que ellos te dan algo, y en cierto modo esperan que trabajes para ellos, y lo entiendo, porque nuestro sueldo sale de su dinero para investigar, que tampoco es mucho". Rodríguez introduce un nuevo factor en la ecuación: el problema del conflicto generacional: "Nos siguen viendo como sus postdocs, pero de 40 años".

Un último ejemplo. El del astrofísico David Barrado, cajal del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, que depende de Defensa. Barrado, de 38 años, es investigador principal en el proyecto del MEC referido a la participación española en el telescopio James Webb, el sucesor del Hubble. Como tal, en su equipo hay una veintena de personas, y gestiona tres millones y medio de euros. Su contrato acaba en noviembre, y sólo el pasado viernes supo que se había "encontrado una solución".

Alberto Fernández Soto, en el departamento de Astronomía de la Universidad de Valencia.
Alberto Fernández Soto, en el departamento de Astronomía de la Universidad de Valencia.JESÚS CISCAR
María Contel, que trabaja como <i>cajal</i> en la Universidad de Zaragoza
María Contel, que trabaja como cajal en la Universidad de ZaragozaCRISTÓBAL MANUEL

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