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Entrevista:Aquí, unos amigos

Núria Espert: "¿Cómo estás en este momento de tu vida?"

Alfonso Guerra: " Muy sereno, y siento que la vida me ha dado tolerancia"

Núria. Después de haber dicho que quería conversar contigo me arrepentí. Pensé: "De las cosas que yo sé, él sabe, y de lo que él sabe, yo no sé nada".

Alfonso. ¡Qué dices! Todos sabemos muy poco. Lo que pasa es que nos damos mucho pisto. Los eruditos creen que se lo saben todo. Pero eso no es conocimiento: eso es información. ¡Uno puede creer que sabe mucho y lo que tiene sólo es información!

Núria. Yo creo que sé mucho de teatro. ¡Llevo 58 años en el teatro! Y sé algo de poesía, sobre todo después de haber estado trabajando tantos años con Rafael Alberti. Pero tú sabes más.

Alfonso. ¿De poesía? Bueno, lo que tengo es pasión por el teatro y por la poesía.

Núria. He leído tus libros de memorias; la poesía es parte de tu vida, te hace funcionar. Y sabes mucho de política.

Alfonso. Uso un lenguaje muy normal, el de la gente; no uso las construcciones de los políticos.

Núria. Eso es lo que te hace ser descarado en público.

Alfonso. Déjame preguntarte cuándo hiciste Medea por primera vez.

Núria. La primera vez tenía 19 años, y la paseamos por España, menos por Madrid.

Alfonso. Yo te vi en Sevilla, y era casi un niño.

Núria. Recuerdo que al entrar para la segunda función, una compañera entró: "¡Han matado a Kennedy!". Y una vez estábamos en el Teatre Nacional de Catalunya haciendo La Gaviota con Flotats y apareció Pilar Miró a felicitarnos. Al día siguiente alguien vino a decirnos: "¡Ha muerto Pilar Miró!". Qué recuerdos.

Alfonso. También los hay felices.

Núria. La felicidad a veces es un recuerdo, un momento en que uno está solo y no necesita de éxitos ni de amores, y clic, la felicidad.

Alfonso. Una vez me pasó. Estaba con mi hijo en un parque. Yo leía un libro de poesía y él se sentó en mis piernas; y de pronto vino el perro y se echó a su lado. La poesía, el niño, el perro... Sentí que no había nada comparable a aquel sentimiento de felicidad que me entró súbitamente.

Núria. A veces quiero obligarme a recordar lo que sentí en ese momento de felicidad, y suena el teléfono, y se me evapora ese sentimiento. Eso de la felicidad está muy ligado a cosas sencillas.

Alfonso. ¡Cuánto de nuestra vida en el presente no se corresponde con los recuerdos que tenemos! Y cuando recordamos, lo recordamos sin las aristas que tuvo.

Núria. Yo no soy muy nostálgica.

Alfonso. Yo sí. Yo creo en el recuerdo del pasado y en la ilusión del futuro.

Núria. La ilusión del futuro, sí, ¡pero el pasado...! Yo no soy una persona que rememora y dice: "Qué buenos tiempos aquellos". Escribí con Marcos Ordóñez un libro de memorias y lo convertí en una especie de crónica de mi profesión. ¡Y no era por pudor: es que no surgía de otra manera!

Alfonso. Por tu profesión, larga e intensa, tus sentimientos tendrán que estar mezclados con un montón de sentimientos de los personajes que has interpretado y que ya forman parte de tu vida.

Núria. Sí, sí. Y no es casualidad que estemos todos muy tocaditos.

Alfonso. Una modelo, cada vez que sale a la pasarela, se cambia de traje. ¡Pero es que una actriz se tiene que cambiar por dentro! Y se tiene que hacer risueña, feliz, melancólica, triste...

Núria. Yo no creo que sea verdad eso que dicen algunos de que al interpretar Otelo ya quedan marcadas sus vidas. Lo que ocurre es que cuando haces Otelo tienes que hacer una vida distinta que cuando haces Divinas palabras. Muchos actores ingleses me han hablado de esto y opinan como tú. Lo que yo creo que pasa es que unas obras nos cambian los hábitos.

Alfonso. Tiene que influir.

Núria. Sí, pero cuando ha pasado el tiempo. Es distinto hacer Medea que hacer Doña Rosita la soltera. Doña Rosita me dejó más serena, más pacífica. Y Medea te obliga a pensar qué podrías hacer por amor, o por traición.

Alfonso. "Mejor es sufrir penas y dolores que estar sin amores", decía Juan de Mena.

Núria. Háblame de tu profesión, la política.

Alfonso. Es mi profesión, sí; no es mi vocación. Me ha dado oportunidad de conocer a personas muy variadas. Y la conclusión más evidente es que la diferencia entre unos y otros es mínima.

Núria. Y eso que dicen de que los políticos actuáis, ¿es un tópico?

Alfonso. Todo lo que sea ponerse delante de un grupo de personas supone algo de actuación. Y mi práctica teatral me ha permitido utilizar los mecanismos teatrales en la actuación política. Y funciona. Funcionan las pausas, por ejemplo.

Núria. Se trata de convencer: ése es el objetivo. Que la gente crea lo que está viendo. Lo mismo pasa con el teatro: la gente se tiene que creer el drama.

Alfonso. Yo siempre he improvisado mucho. No sólo no leo, sino que quise poner en práctica una técnica, que es hablar sin atril, con el micrófono en la solapa. Pero para mucha gente, el atril es importante: lo necesitan para agarrarse, para afianzarse; así que nadie me siguió. La sujeción física tiene para un político la misma solidez que para un actor la silla.

Núria. Ahora ya no hay silla.

Alfonso. El teatro tiene una ventaja sobre las otras artes. Por un momento, la grandeza del teatro convierte al actor en un dios.

Núria. La grandeza del teatro es cuando se produce de verdad, y a ti te da la impresión de que se dirigen a ti, precisamente a ti, desde el escenario. Sentí eso ante una representación de Julio César. Y me dije: "¡Claro, el teatro!". ¡Aquellos actores, diciendo un texto de hace 500 años!

Alfonso. Esa fuerza, sí.

Núria. ¡Y tan diferentes a la impronta que dejó Marlon Brando!

Alfonso. Estuve en el Grec de Barcelona hace dos años, e hice el Marco Antonio.

Núria. ¡Toma ya!

Alfonso. Hice el Brutus y el Marco Antonio.

Núria. Alfonso, habría que hablar del mundo alrededor. ¿Qué hay?

Alfonso. Lo que me parece es que hay un desorden ético tremendo. Hay una porción pequeña de la sociedad que vive una vida artificial, opulenta, muy falsa, y después hay una cantidad enorme de personas que viven en la necesidad o en la miseria, y no hay mecanismo para aproximar esos mundos. Se pensaba que la tecnología ayudaría a evitar las guerras. Y la gente aún se sorprende de los movimientos migratorios. ¡Si es lo más leve de todo lo que tendría que ocurrir! ¿Cómo no se va a mover la gente de donde no tienen que comer si saben que en otros sitios dan de comer a los gatos? ¿Cómo se va a solucionar esto? Y cuando nos vayamos de este mundo todo será aún más injusto. ¿Qué tiene uno que hacer? Creo que por dignidad estamos obligados a hacer algo, a dar algo. Las cosas que a mí me apasionan de la vida son el afán de conocer y el amor, y la insoportable piedad del sufrimiento ajeno.

Núria. No es posible que comamos cada día contemplando el horror.

Alfonso. La gente ha perdido la capacidad de indignarse.

Núria. Vivimos momentos tan equivocados... Después de la Segunda Guerra Mundial parecía que esto no iba a ocurrir de nuevo nunca. Ahora, dentro de toda esa cosa fea que es el mundo, hoy, nuestro país parece que está en un buen momento.

Alfonso. En un momento histórico.

Núria. Me sobra la crispación. Pero nunca hemos estado tan cerca de ser una buena gente.

Alfonso. Somos los primeros del mundo en voluntariado.

Núria. Y en donación de órganos. Hace 30 años, ¿quién podía vislumbrar lo que es este país hoy?

Alfonso. Ha sido un cambio trascendental.

Núria. Y en este momento de tu vida, ¿cómo estás tú?

Alfonso. Muy sereno, muy tranquilo. Con los años he ganado en tolerancia; estoy más dispuesto a entender lo que más alejado está de mí. La vida se ha ampliado mucho, y la capacidad de las personas para seguir aprendiendo se ha ampliado también. Se ha doblado la capacidad de sabiduría.

Núria.Yo también me siento en este tramo de mi vida muy serena, y muy maravillada por haber tenido la suerte extraordinaria de ver la transformación del mundo. En primera persona. Cuando murió Franco, yo tenía 40 años, y he vivido 30 años más. ¡Es fantástico!

Alfonso. Y es fantástico comprobar cuánto hemos avanzado: en 50 años, la humanidad ha avanzado más que en los últimos 2.000. Ahora sí, las pasiones son las mismas.

Alfonso Guerra y Núria Espert, en el Hotel Orfilia, en Madrid.
Alfonso Guerra y Núria Espert, en el Hotel Orfilia, en Madrid.ULY MARTÍN

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