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Columna
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Lo inexplicable

Manuel Rivas

Tienes que aceptarlo. Rendirte al nuevo creacionismo. Dios adjudicó el mundo a seis grandes inmobiliarias. En torno a ellas, una miríada de agencias. En cuestión de horas, en la misma calle donde ha desaparecido la librería, la mercería y el bar de las partidas de dominó, han abierto tres establecimientos de este tipo. Algo parecido ocurre en todas partes, en las grandes ciudades y en pueblos no tan grandes. Hasta hace muy poco, los que surgían de un día para otro eran comercios de todo a cien (pesetas). Sin complejos clasistas, muchas de las nuevas agencias se ubican al lado de las tiendas baratas y los bazares chinos. Al fin y al cabo, todo lo que ofrecen es una pequeña variante: todo a cien (millones). Los escaparates también tienen sentimientos. A los viejos comercios se les ve perplejos, con sus maniquíes atónitos, ante el desparpajo de los nuevos reclamos. Nadie sabe explicar lo inmobiliario. El creador del País de Oz, Frank Baum, comenzó su carrera como director de The Shop Window, la primera revista de escaparatismo. Así que, cada mañana, cuando cambian los escaparates nos parece que pasó por allí el Mago de Oz. ¿Cómo ocurren las cosas? Quizá alguien que iba a comprar una pecera artificial con dragones dorados de plástico fosforescente en un chino, por seis euros, desvía por casualidad la mirada y se encuentra con el chalé de sus sueños. También ocurre al revés. Alguien va a una inmobiliaria en busca de un apartamento y acaba comprando un globo terráqueo en un chino. De los casos que recuerdo, los intermediarios en la venta de casas y fincas solían operar antes en despachos penumbrosos, donde dormitaba algún zorro disecado en el nicho de una biblioteca con libros de madera hueca. Uno de estos personajes tenía al menos tres dientes de oro y un sello en el anular que hacía juego con la dentadura cuando apoyaba la mano en el mentón. Las fincas y casas cambiaban de dueño casi en secreto, con pudor católico y algo de pecado. Ahora la propiedad inmobiliaria está en el escaparate. Realzada, atractiva. Forma parte descarada del deseo, y un insólito y optimista calvinismo español recorre las urbes, en un carísimo todo a cien disparatado. ¿Estaremos ante un gran flashmobbing? Así llaman en la Red a un movimiento absurdo e inexplicable de un gentío divertido e inexplicable.

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