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Reportaje:

Un clic en la compañía del ratón

La entrada de Steve Jobs en la directiva de Disney tras la compra de Pixar anuncia un profundo cambio en la industria del ocio en EE UU

La compra de Pixar por Disney es mucho más que la historia de un pez grande que se come al chico. El desembarco del presidente de Apple, Steve Jobs, en la directiva del grupo y la entrada de sus mejores talentos en los puestos de responsabilidad de la división de dibujos animados anuncian un profundo cambio en la industria del ocio en EE UU con numerosas ramificaciones económicas, tecnológicas, comerciales y artísticas.

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La primera consecuencia, y la más obvia, es el asiento con el nombre de Steven P. Jobs en el consejo de administración de The Walt Disney Company, la matriz del grupo. Jobs, máximo responables de Apple y hasta ahora de Pixar, se convierte en el mayor accionista individual de la compañía y sobre él recae la responsabilidad de aportar el brío del que carece la empresa. Cuando hace dos años el operador de cable Comcast lazó una OPA sobre Disney quedó de manifiesto su talón de Aquiles: un gran fondo de armario sin una brizna de empuje ni proyección.

Jobs ha recorrido un largo caminó desde el garaje en el que montó su primer ordenador hasta convertirse en un visionario de la era digital. En los últimos años ha convertido la otrora renqueante Apple en una empresa innovadora, floreciente y muy pujante en Bolsa merced a los nuevos modelos de mac y, sobre todo, al iPod y la tienda de música en formato digital iTunes que vende millones de canciones al módico de precio de 99 céntimos con sólo conectarse a Internet.

Precisamente, es ahí donde se producirá uno de los principales reajustes. Hasta ahora, Apple había tenido las manos libres para contratar con todos los operadores de la industria del ocio de EE UU. Esa ha sido una de las claves del éxito de iTunes al lograr un catálogo que abarca la práctica totalidad de las novedades de la industria musical. Pero todos los analistas coinciden ahora en advertir que el hecho de que su presidente sea también directivo de una de las principales compañías del sector hará que el resto mire con recelo sus iniciativas. Y esta circunstancia se produce en un momento en que la empresa está esforzándose por saltar de la venta de música a la de vídeo: por ahora ofrece series de televisión (de la cadena de Disney, ABC, pero también de su competidora, NBC) y se espera que en el futuro también venda películas.

El talento de Lasseter

En el terreno artístico también se va a producir un cambio muy notable. En los últimos años, Disney había cedido la antorcha del liderazgo y la innovación en los dibujos animados a Pixar. Este éxito no es tanto de Jobs como de su jefe creativo, John Lasseter, un niño prodigio que siempre quiso trabajar en Disney. De hecho, sus primeros experimentos con la animación digital, allá por los primeros 80, fueron en esta casa.

Pero el encorsetado estudio se resistía por entonces a los ordenadores y Lasseter optó por irse con George Lucas, el genio de los efectos especiales. Apenas llevaba allí seis meses cuando Steve Jobs compró su división y la rebautizó como Pixar. El cruce de ambos talentos empezó a tomar cuerpo en varios cortometrajes para, finalmente, cristalizar en una serie películas que, por ahora, no conocen más que el éxito de masas.

A Lasseter le toca ahora ponerse al frente del estudio que reúne a los animadores de ambas compañías y mantener el listón. Además, se da la paradoja de que este genio de la animación digital puede ser la persona que relance la producción en dos dimensiones, sin ordenadores, dibujando a mano celdilla a celdilla, un sistema que Disney abandonó hace unos años. El presidente de la división de dibujos animados del grupo, Richard W. Cook, revela hoy en una entrevista en The New York Times que Lasseter y él ya habían hablado en alguna ocasión de relanzar la animación tradicional.

De izquierda a derecha, Ed Catmull y Steve Jobs, máximos responsables de Pixar; Robert Iger, consejero delegado de Disney; y John Lasseter, responsable creativo de la compañía de animación.
De izquierda a derecha, Ed Catmull y Steve Jobs, máximos responsables de Pixar; Robert Iger, consejero delegado de Disney; y John Lasseter, responsable creativo de la compañía de animación.ASSOCIATED PRESS

Turbulentos años 90

Para comprender la dimensión del cambio es necesario echar la vista atrás y reencontrarse con la anterior cúpula directiva del gigante del entretenimiento. Roy, el último Disney de la compañía, orquestó un equipo con Jeffrey Katzenberg a los lápices y Michael Eisner a la calculadora que llevó al estudio a una segunda aunque breve edad de oro. Así llegaron los taquillazos como El rey león, los éxitos artísticos como La bella y la bestia y las hábiles operaciones como la compra de la productora independiente Miramax.

Pero el trío duró poco con la marcha de Katzenberg rumbo a Dreamworks, el estudio que a mediados de los 90 estaba montando Steven Spielberg. Eisner tomó las riendas en solitario y la cuenta de resultados se convirtió en el único objetivo de la compañía. Se producían películas en serie con la apertura de un segundo estudio de animación en Florida, molestaban las aventuras creativas de los hermanos Weinstein en Miramax y se lanzó una ruinosa operación de compra de un malogrado portal de Internet.

En esa época Disney sólo se permitió un par de alegrías: la adquisición de la cadena de televisión ABC y el acuerdo de distribución con Pixar, una emergente productora de animación digital que iba a proporcionar al grupo sus únicos éxitos comerciales incontestables en fechas recientes: Toy story, Bichos, Monstruos S.A., Buscando a Nemo y Los increíbles.

La crisis estalló con el cambio de siglo, cuando Eisner quiso dar un golpe de mano en el grupo: cerró la producción de películas animadas tradicionales, forzó la salida de Roy Disney con un jubilación forzosa, echó a los Weinstein de Miramax y se negó a buscar un acuerdo para que Pixar siguiera trabajando para Disney. Estos movimientos le granjearon la desconfianza de muchos inversores hasta que se vio obligado a presentar su renuncia y ceder el mando a su número dos, Robert Iger, que lejos de seguir con las ideas de Eisner está esforzándose por corregir sus errores.

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