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Reportaje:

Provenzano, el fantasma de Corleone

El 'capo' mafioso lleva 40 años huido de la justicia italiana

Desapareció hace cuarenta años, el 18 de septiembre de 1963. Aquel día, los carabineros de la compañía de Corleone le denunciaron por primera vez como "en paradero desconocido". El informe fue enviado al juez instructor de Palermo, Cesare Terranova. Al "susodicho" se le buscaba por homicidio. Una semana antes, un campesino se presentó en el cuartel para declarar. "Cuando volvía al pueblo en mi mula", contó el campesino, "vi en el camino de Pirrello un cadáver que tenía la cara desfigurada y sólo cuatro dedos en la mano izquierda...".

El cadáver era el de un mafioso que se llamaba Francesco Paolo Streva; la orden de matarle la había dado Bernardo Provenzano. Así empezó la historia del último jefe de la Cosa Nostra siciliana. Ahora el viejo jefe, nacido en 1933, celebra sus cuatro décadas en la clandestinidad. Una contumacia sin precedentes en Europa y quizá en el mundo entero. Desde 1963, el Don de Corleone es un fantasma.

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La última vez que le vieron libre fue en el hospital Bianchi, justo detrás del Corso Bentivegna, la calle principal de su pueblo. Era una tarde de agosto y él entró en la sala de primeros auxilios con la camisa empapada de sangre. Estaba herido en la cabeza, una bala le había rozado durante un tiroteo. Le dijo al médico: "Estaba paseando, noté un dolor fuerte, perdí el conocimiento y no me enteré de nada". El médico no hizo preguntas.

Aquel verano había habido ya 52 homicidios y 21 intentos de homicidio en Corleone. Una sucesión de muertes que se abrió con la emboscada al viejo jefe mafioso de Corleone, Michele Navarra, y que concluyó con la eliminación de aquel Francesco Paolo Streva en el camino que bajaba hacia el feudo de Strasatto. Desde ese momento, Bernardo Provenzano se hizo inaccesible y también invisible.

Durante veinte años por lo menos nadie le ha buscado. La verdadera caza no comenzó hasta la masacre de Capaci, en 1992, que costó la vida al juez Falcone. Entonces se puso precio a su cabeza: 2.000 millones de antiguas liras, que en 1996 se convirtieron en 3.000, y hoy -cuentan en voz baja los investigadores- los departamentos antimafia disponen de dos millones y medio de euros como "recompensa" para quien haga posible su captura. Pero hasta ahora nadie le ha traicionado.

Unas veces le persiguen entre los edificios del viale Strasburgo de Palermo y otras en el caserón abandonado en la frontera con la provincia de Agrigento; otras veces realizan misiones en Alemania, donde vive su hermano, vigilan noche y día la vieja casa de Corleone donde, desde 1992, viven su mujer, Salveria Palazzolo, y sus hijos Angelo y Francesco Paolo. En todos los coches de policía que circulan por Sicilia hay una foto de tamaño gigante de un hombre que podría ser él, un retrato robot, una imagen reconstruida en el ordenador según las indicaciones que de cuando en cuando proporcionan los viejos colaboradores de la justicia que le han visto de cerca.

Según parece, la contumacia del viejo jefe sólo ha peligrado dos veces. A finales de los noventa, le paró una patrulla de la policía de tráfico en un puesto control en un camino de la provincia de Enna; los agentes no reconocieron al amable viejecito que tenían delante. Y después, en enero de 2001, cuando una patrulla de policía estaba segura de haberle localizado en un escondite cerca de Mezzojùso. Consiguió huir también en esta ocasión.

En estos últimos tiempos y, después del ataque mafioso al Estado en los años noventa, los expertos en mafia lo ha pintado como un hombre de paz, como el jefe que ha impuesto la estrategia del silencio en toda Sicilia. Y mientras tanto, en torno al misteriosísimo jefe de Corleone se suceden las sospechas. De él dicen de todo y todo lo contrario. Que está muy enfermo ("Padece de los riñones"), y que está sanísimo ("É firrignu", tiene una salud de hierro), que es el auténtico garante de cualquier familia de la Cosa Nostra y que con sólo mover un dedo manda capturar a quienes no le caen bien, que come como un pajarito y que es un gran devorador de bistecs.

Lo que es seguro es que no le gustan los teléfonos. Sobre todo los móviles. Con su pueblo habla por medio de pizzini, notas escritas en un papel que van y vienen por medio de fieles mensajeros. Dicta órdenes sobre las obras públicas que hay que adjudicar y el dinero que cobrar. Es muy religioso. Todos sus mensajes empiezan con un "gracias a Dios" y terminan con un "el Señor os proteja y os bendiga". Es su único rastro desde hace cuarenta años. Y después la oscuridad total. Desde aquel 18 de septiembre de 1963.

© La Repubblica-EL PAÍS

La foto más <i>reciente</i> de Bernardo Provenzano es una descolorida, de la policía, de 1959. 

/ REUTERS
La foto más reciente de Bernardo Provenzano es una descolorida, de la policía, de 1959. / REUTERS

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