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Entrevista:PEDRO ALONSO | Director del ensayo clínico más avanzado de una vacuna contra la malaria

"El gran reto es mantener a las farmacéuticas en el negocio de la medicina tropical"

El 90% de los recursos dedicados en todo el mundo a investigación biomédica se invierten en el 10% de las patologías. Las enfermedades con mayor prevalencia en las sociedades ricas se llevan la palma, mientras que aquellas que afectan a los países pobres son las grandes olvidadas. Este dato, tan revelador, lo recordaba Pedro Alonso, el pasado 19 de abril, en el Aula Magna del edificio histórico de la Universidad de Barcelona (UB). Entonces se anunció que Alonso, experto en epidemiologia y salud internacional, será titular, durante este año, de la cátedra Unesco de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible de la UB. "No hay desarrollo, ni mucho menos sostenible, si no damos prioridad a la mejora del estado de salud de las personas", afirma Alonso, director del Centro de Salud Internacional del hospital Clínico de Barcelona. Durante este año, el titular de la cátedra Unesco se propone impulsar el Observatorio de Salud Internacional de la Universidad de Barcelona. Ubicado en el hospital Clínico, potenciará la investigación y la docencia.

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Pedro Alonso es médico, especialista en malaria, una enfermedad infecciosa que, con la tuberculosis y el sida, es uno de los principales problemas de salud pública en los paises en desarrollo. En África, uno de cada cinco niños menores de cinco años que mueren fallece a causa de la malaria. Pero a pesar de su gran impacto, hay pocos recursos para los graves problemas de salud que azotan al continente africano. "No tenemos herramientas contra la malaria porque el desarrollo científico y tecnológico en el ámbito de la medicina se fundamenta en la industria farmacéutica, que no tiene interés comercial en invertir en la búsqueda de soluciones a problemas que afectan especialmente a países con escasos recursos económicos", sostiene Alonso, que dirige el Centro de Salud Internacional del hospital Clínico de Barcelona. "Pero no es un problema de esta industria; yo me estoy convirtiendo en su defensor. Todo forma parte de una lógica global del mercado. Imaginemos que a un alto ejecutivo de una farmacéutica se le ocurre decir públicamente que va a invertir miles de millones en un nuevo medicamento antimalárico. ¿Qué ocurriría? La empresa se hundiría en Bolsa y el ejecutivo sería destituido de la noche a la mañana", argumenta Alonso.

Frente a este desequilibrio estratégico en los recursos dedicados a investigación biomédica (denominado "10-90 gap"), la comunidad internacional se está movilizando para idear mecanismos desde el ámbito público que estimulen al dinero privado. Es el caso del proyecto Medicines for Malaria Venture, en el que el Banco Mundial y diversos gobiernos occidentales dedican recursos que actúen como catalizador de la industria privada. También el VI Programa Marco de Investigación de la Unión Europea prevé la financiación en África de ensayos clínicos de malaria, tuberculosis y sida.

"El gran reto es mantener a las empresas farmacéuticas en el negocio de la medicina tropical. Entre 1975 y 1997 han llegado al mercado unos 1.270 nuevos productos farmacéuticos; sólo 13 son para enfermedades tropicales. Éste es el problema", afirma Alonso, que pasa buena parte del año en el Centro de Investigación en Salud de Manhiça (Mozambique). Allí tiene el centro de operaciones del ensayo clínico, en este momento el más avanzado del mundo, de una vacuna contra la malaria. Contra viento y marea, a fuerza de convicción y gracias a la ayuda de la filantropía, Alonso y su equipo han conseguido mantener a Glaxo Smith Kline (GSK) en la medicina tropical. "En los años noventa, la mayoría de los laboratorios decidieron cerrar los programas de malaria. No se trataba de una conspiración contra Manuel Patarroyo [el científico que fracasó en el desarrollo de una vacuna química contra la malaria], como él gustaba de decir. Era y es una cuestión de rentabilidad: 400 millones de africanos y unos cuantos turistas no son un mercado interesante", explica Alonso.

La farmacéutica GSK contaba con un prometedor desarrollo de una vacuna contra la malaria, pero estaba dispuesta a cerrar la línea de investigación. Pero la Fundación Gates rescató el proyecto y creó la Malaria Vaccine Iniciative (MVI) que financia el ensayo clínico que el equipo de Alonso desarrolla en África. La filantropía mantiene en marcha su vacuna RTS,S/ASO2.

"Estamos en la fase 2b del ensayo clínico, acabando el ensayo de campo que evalúa la seguridad y inmunogenicidad del producto. Es la primera vez que se evalúa la eficacia de la vacuna en la prevención de la malaria y se hace en niños de uno a cuatro años. Ya estamos recogiendo datos y en octubre tendremos los resultados", explica Alonso.

"La malaria es el shuttle de las enfermedades infecciosas. Es mucho más compleja que el sida. El organismo que la transmite, la respuesta humana a ese organismo y las mutaciones que sufre el parásito, todo es de una gran complejidad y un enorme reto científico", señala Alonso, que se muestra cauto respecto a las aportaciones de la genómica. "Posiblemente, antes de entender todos los detalles del proceso, tendremos una vacuna", afirma.

Pedro Alonso, delante de un mapa de África.
Pedro Alonso, delante de un mapa de África.VICENS GIMÉNEZ

Críticas a los tratamientos

Mientras no llega la vacuna, no falta la polémica sobre los tratamientos. El escaso interés de los laboratorios provoca que en la actualidad la batería de fármacos útiles contra la malaria sea muy reducida. Durante la II Guerra Mundial se desarrolló, por síntesis química, la cloroquina. Era eficaz, segura y barata. Pero ha dejado de ser eficaz por la resistencia. Recientes estudios realizados en Mozambique muestran que el 50% de casos son resistentes a la cloroquina. Por tanto, no parece muy adecuado seguir tratando a la gente con un fármaco que falla en el 50% de los casos. El problema es que no hay alternativas asequibles.

Hace unas semanas, un grupo de 13 médicos y científicos publicó en la revista The Lancet una dura crítica a la política de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Argumentaban que la OMS está financiando unos tratamientos anticuados y poco efectivos contra la malaria en los países en vías de desarrollo. Pedro Alonso lo ve de otra manera. "La crítica no es justa. Es cierto que la cloroquina es poco eficaz y genera resistencia en el parásito. Pero el problema es el fármaco que la sustituya y a qué coste", explica.

Una alternativa sería la modiaquina, parecida a la cloraquina, barata, con algún efecto secundario, aunque muy olvidada. Pero las mayores expectativas las ofrecen los derivados de la artemisina, eficaces pero muy caros. El precio no es el único problema. Además, bajo normas de fabricación internacionales, no hay ni mucho menos suficientes derivados de la artemisina para responder a las necesidades mundiales.

El coste del tratamiento anual por persona con cloroquina es de entre 10 y 12 centavos de dólar; una combinación de modiaquina con otros fármacos costaría entre 20 y 22 centavos; con derivados de la artemisina, el precio llegaría hasta los dos dólares. "Los países africanos no pueden asumir los costes de este tratamiento", asegura Alonso.

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