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El 'caso Rivero'

Rafael Rojas

Durante un viaje proselitista a México, la hija del Che, Aleida Guevara March, defendió los encarcelamientos de 75 opositores pacíficos cubanos, en la primavera de 2003, con el argumento de que aquellos "mercenarios" -fueron sus palabras- habían sido procesados con "estricto apego a derecho" y que en los juicios contra los disidentes "no se había violado una sola ley". Lo terrible del caso es que la hija del Che tiene razón: las condenas de entre 6 y 28 años de cárcel para los opositores de la isla fueron dictadas de acuerdo con la legislación socialista que rige en Cuba. Según esa peculiar concepción del derecho, cualquier ciudadano que exprese públicamente su oposición al Gobierno de Fidel Castro o se asocie al margen del Estado cubano, incurre en un delito de "traición a la patria" y, por lo tanto, debe ser castigado.

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Los 75 opositores cubanos encarcelados en la primavera de 2003 y los más de 300 presos de conciencia que malviven en las cárceles de la isla deben ser liberados sin condiciones porque nunca debieron ser recluidos. Cualquier distinción entre ellos, cualquier ponderación entre unos y otros, o cualquier jerarquía ideológica o política que intente aplicarse a una comunidad moral, profundamente comprometida con un cambio de régimen pacífico y pactado, corre el riesgo de actuar como una disculpa mezquina, que avala las arbitrariedades del derecho totalitario. Sin embargo, hay un caso cuya singularidad escapa al deseo de ser justos y de evitar deslindes entre víctimas cuya inocencia no puede ser sometida a gradaciones como las que el castrismo impone con sus sentencias. Me refiero al cronista y poeta Raúl Rivero Castañeda, nacido en Morón, Camagüey, en 1945.

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Rivero cumplirá pronto 60 años. Los dos últimos de una vida tan expuesta a fuertes pasiones literarias y políticas los habrá pasado en una celda de la prisión de máxima seguridad de Canaleta, Ciego de Ávila. Pero para un autor de la estirpe de Rivero, que asume la escritura de crónicas y poemas como la inscripción de una experiencia personal, la cárcel se convertirá en una nueva estación de su biografía literaria. Dos amigos suyos, el poeta Manuel Díaz Martínez, exiliado en España, y el novelista Eliseo Alberto, exiliado en México, lo han advertido: el Gobierno de Fidel Castro, lejos de resolver el caso Rivero, está creando, con el encarcelamiento del autor de Recuerdos olvidados (2003), uno de los testimonios más elocuentes y perdurables sobre la entraña despótica del socialismo cubano.

Raúl Rivero no es, tan sólo, un buen poeta: es, dentro de la buena poesía cubana, el lírico más sensible a los problemas políticos de la isla. Bastaría recordar que su poética se formó en los revolucionarios 60 y 70, con cuadernos como Papel de hombre (1969) y Poesía sobre la tierra (1972), en los que defendía abrir los ojos a la realidad y narrar el dramático cambio social de las dos primeras décadas del socialismo cubano. Aquella voluntad de testimonio -rechazada por algunos como "antipoesía", celebrada por otros como "estética conversacional" y aprovechada por el aparato político para combatir las corrientes "menos comprometidas" de la literatura- era, en efecto, antiletrada o antilibresca, pero no antiintelectual, como querían las élites del poder, ya que otorgaba a la poesía una nueva función pública.

Hacia 1980, la poesía de Rivero experimentó un repliegue espiritual, que se plasmó en los poemas autobiográficos y amorosos de Corazón que ofrecer (1980) y Cierta poesía (1981). Pero a mediados de aquella década, con Poesía pública (1984) y Escribo de memoria (1985), el poeta regresó a sus obsesiones civiles: el verso como habla de la ciudad, como crónica del olvido social, como conjuro de maldiciones policiacas. La vocación pública retomada entonces por Raúl Rivero no hizo más que nutrirse de significados políticos a medida que la historia contemporánea cerraba su ciclo en torno a la isla de Cuba: perestroika, "rectificación", caída del Muro de Berlín, desintegración de la URSS, transiciones democráticas, "periodo especial". Ya a mediados de los 90, cuando el poeta, marginado por su intervención en la Carta de los Diez, decidió reunir los poemas que forman los cuadernos Firmado en la Habana (1996) y Estudio de la naturaleza (1997), la poesía crítica que emergió fue plenamente una poesía opositora.

Raúl Rivero no es el único poeta cívico que ha dado Cuba en 45 años de dictadura. De hecho, en los momentos de mayor despotismo del régimen ha habido siempre una víctima propiciatoria en la persona de algún poeta: Reinaldo Arenas en los 60, Heberto Padilla en los 70, María Elena Cruz Varela en los 80 y Raúl Rivero en los 90. Pero Rivero es, sin dudas, quien ha llevado la poesía cívica hasta las formas más transparentes y comunicativas que ha conocido la literatura cubana bajo el castrismo. De ahí que el caso Rivero, para perturbar la conciencia de los burócratas culturales de la isla, no sea simplemente un caso político y judicial, sino también un caso literario. Raúl Rivero está preso por producir un tipo específico de literatura: aquella que con los mismos instrumentos realistas de una estética revolucionaria narra el malestar de la ciudadanía cubana en los últimos quince años. Raúl Rivero está preso por escribir literatura de oposición.

Los verdaderos motivos del encierro de un poeta que escribió versos como "por qué me tengo que morir / no en mi patria / sino en las ruinas de este país / que casi no conozco..." hay que encontrarlos en los ojos del poder, en la mirada del caudillo que lee con ira. La misma mirada biliosa con que Stalin, como cuenta Martin Amis en Koba el temible: la risa y los veinte millones, leyó a Mandelstam, a Shalamov, a Pasternak, a Ajmatova y a Babel. Que el tono de los poemas y las crónicas de Rivero sea dulce y compasivo, sereno y gracioso, suave y directo no hace más que enervar esa lectura de odio. Tan sólo habría que imaginar a los lectores del poder frente a un poema como "Socialismo real", incluido en Puente de guitarra (2002): "Lo pavoroso del asunto / no es que yo haya querido / dar mi vida un día / sino que ahora / me la quieran quitar".

La hija del Che tiene razón: los opositores cubanos están presos porque violaron las leyes socialistas que contemplan como delito el derecho de cualquier ciudadano a asociarse y expresarse libremente. Pero uno de esos presos, el poeta y periodista Raúl Rivero, está en la cárcel por violar otra ley: la ley no escrita que establece que un buen escritor residente en la isla no puede escribir poemas y crónicas opositoras, como las que conforman Herejías elegidas (1998), Pruebas de contacto (2003) y Sin pan y sin palabras (2003). Raúl Rivero violó el pacto castrista entre los intelectuales y el poder y puso por escrito su rechazo al Gobierno de Fidel Castro. No hay otro que lo haya hecho y que no esté hoy en la cárcel, el exilio, la marginación o el más allá.

Rafael Rojas es escritor y ensayista cubano y codirector de la revista Encuentro.

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