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Reportaje:EL ISLAM EN EUROPA

Los islamistas ponen a prueba la tolerancia holandesa

El asesinato del cineasta Van Gogh agudiza en los Países Bajos la desconfianza social hacia los inmigrantes

La anónima casa en que vivía el cineasta Theo van Gogh, asesinado el pasado día 2 en Amsterdam por un islamista enfurecido, ha vuelto a la gris normalidad de un barrio de clase media que nunca saldrá en las postales de la ciudad de los canales. Ante la puerta ya no hay flores, ni notas de dolor, ni velas, ni escritos que piden al Gobierno que despierte, porque con el asesinato del artista se ha querido asesinar también la libertad en Holanda. El país vive sobrecogido, abrumado por un futuro incierto, temeroso de la amenaza del terrorismo islámico, sorprendido de que la tolerancia holandesa haya acabado ahogada en sangre. Y con un miedo atroz a decir lo que piensa.

Van Gogh fue tiroteado una veintena de veces y sobre su cadáver dejó el asesino, clavada con un cuchillo, una carta de cinco folios en la que justificaba su acción, lanzaba otras amenazas y pedía a los musulmanes que se alzaran contra los infieles. El director, descendiente del pintor, cavó su fosa con la película Sumisión, un alegato contra la situación de la mujer en el islam escrito con experiencias de primera mano por Ayaan Hirsi Alí, una parlamentaria holandesa de origen somalí que encontró refugio en los Países Bajos tras escapar de un matrimonio forzado, pero no de una ablación. Van Gogh está muerto y Hirsi Alí vive bajo constante custodia policial en lugares secretos, como el Salman Rushdie de los Versos Satánicos. Otros políticos y líderes de opinión también se mueven con protección policial y gran cautela: el teniente de alcalde de Amsterdam, Ahmed Aboutaleb; el parlamentario populista y ex liberal Geert Wilders, el comentarista Theodor Holman, amigo de Van Gogh... Al tiempo, policía y servicios secretos tienen en el punto de mira a las mezquitas y la palabra islam se ha convertido en la más aborrecida de Holanda.

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La tolerancia holandesa ha saltado por los aires. "La famosa tolerancia holandesa era sobre todo un 'vive y deja vivir', un benigno abandono, en el que había poco respeto mutuo", dice Hans Entzinger, experto en Inmigración y Estudios de Integración de la Universidad Erasmus, en Rotterdam. El principio valía para situaciones de normalidad, pero no aguanta momentos de crisis. Entzinger enumera tres: "La ascendencia del islam en todo el mundo; el empeoramiento de la situación económica, porque es más fácil ser tolerante cuando hay trabajo para todos, y los puros números: no se puede marginar a la población cuando el 45% de los habitantes de Amsterdam o de Rotterdam es de ascendencia no holandesa. Y aquí, buena parte de la población autóctona sigue sin ver como holandeses a gente de segunda o tercera generación".

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Esa discriminación se ceba en el millón de musulmanes que viven en Holanda, un país de 16 millones de habitantes con un 10% de población de origen extranjero. Y de esos musulmanes son los 300.000 marroquíes los que tienen el peor cartel, gracias a su protagonismo en innumerables incidentes de delincuencia común. El 11-S fue el primer aldabonazo y el 11-M remachó la idea. "La gente se pregunta si el vecino es fiable o puede convertirse en un asesino. Lo de Van Gogh es una pesadilla que se hace realidad", explica Yassin Hartog, holandés converso, directivo de la asociación Islam y Ciudadanía.

Esa tensión acumulada y desconfianza mutuas aumentaron con la guerra verbal en que figuras públicas de primer orden no ahorraban juicios ofensivos contra el islam y sus praticantes, en un tono de creciente agresividad. Van Gogh se definía como "un integrista en lo relativo a la libertad de expresión" y sus altisonantes juicios repartían por igual a judíos, mujeres, socialdemócratas o musulmanes, cuyos más conservadores practicantes no eran sino unos "folla cabras". Hirsi Alí calificó de "pervertido" a Mahoma por tomar como esposa a una niña de nueve años, además de etiquetar de "retrasada" a la religión musulmana o de inducir que el cuerpo semidesnudo de la protagonista de Sumisión fuera recorrido por versículos coránicos. Otros hablaron de "moros-hijos-de-puta" o de que se iban a comer crudo el velo islámico. Todo en público y con altavoces: prensa, radio, sitios web...

"La gente se siente herida cuando ve que no se respeta lo que uno considera sagrado", dice Hartog. "En Amsterdam hay 120.000 musulmanes. Con que sólo la mitad se sientan excluidos... no podemos controlarlos a todos", alerta Aboutaleb, el concejal responsable de Integración, hijo de un imán, llegado a Holanda desde Marruecos en 1973, con 15 años. Aboutaleb no comparte los juicios de Van Gogh, pero por defender su derecho a expresarlos y repudiar a quienes no aceptan la libertad de expresión ha sido amenazado de muerte. "Nunca, nunca es motivo para matar", la continua andanada de Van Gogh contra muchas vertientes del islam. "Yo nunca diría lo que él dijo, pero Van Gogh tenía derecho a decir lo que quisiera dentro de los límites de la ley. Hay que tener cuidado cuando se habla, pero si él se había excedido, que decidieran los tribunales".

El edil mantiene que las libertades de religión y de expresión y el derecho a no ser discriminado son valores fundamentales en una sociedad abierta como la holandesa. "Quien no los quiera aceptar, lo que tiene que hacer es marcharse", dice. "A los que no quieren pertenecer a esta sociedad y quieren imponer sus opiniones hay que dejarles fuera".

Holman, el escritor y comentarista amigo de Van Gogh, acerbo crítico de las aberraciones interpretativas del Corán, confiesa escribir con miedo, pero sin callarse nada. "Sigo diciendo lo que pienso, sin medir las palabras. No merece la pena ser escritor si hay que estar sopesándolas constantemente". Otro temor suyo es el de que Amsterdam se convierta en un nuevo Madrid del 11-M. En un debate sobre los límites de la libertad de expresión celebrado el jueves en un local de Amsterdam, una voz le lanzó: "¡Gente como tú es la que empeora las cosas!".

Otras voces identificadas hablan, incluso, de guerra. Al viceprimer ministro, Gerrit Zalm, también amigo de Van Gogh, se le preguntó si Holanda está en guerra con los extremistas islámicos, a lo que respondió con un escueto "sí" que provocó conmoción nacional. "Decir que hay guerra es una tontería y una irresponsabilidad", señala Aboutaleb. Pero Geert Wilders, aupado por los sondeos de opinión por sus pronunciamientos contra los extremistas islámicos, dice que la hay y "declarada por los radicales contra Holanda. Esto sólo es el principio y va a seguir. Si no reconocemos que estamos en guerra y actuamos con decisión, me temo que la cosa va a empeorar".

Un policía inspecciona los daños en una mezquita incendiada ayer en la localidad holandesa de Helden.
Un policía inspecciona los daños en una mezquita incendiada ayer en la localidad holandesa de Helden.EFE

El coste del desprecio

En la mezquita de El Twaheed, reputada en Amsterdam por su interpretación extremista del mundo, un hombre joven expone una idea: "El mundo es como una mujer embarazada que está a punto de dar a luz, y el niño que va a nacer se llama Islam". También habla de que Occidente está en guerra con el islam "desde los tiempos del profeta" y se pregunta: "¿Qué hace Estados Unidos en los países árabes? ¿qué se diría si hiciera eso contra Europa?". Preguntado por su nombre, ofrece entre sonrisas el de Mohamed B., el asesino de Theo van Gogh.

La lucha en Irak, el conflicto palestino-israelí, la guerra de Chechenia y el combate de los islamistas radicales contra EE UU y Occidente alimentan y refuerzan el interés de los musulmanes jóvenes de Holanda, en particular los de origen marroquí, por una interpretación extremista del islam, según un informe presentado en marzo por los servicios secretos de los Países Bajos.

El documento también establece que "un creciente número de musulmanes se siente tratado despectivamente por creadores y líderes de opinión" y que ese desprecio, junto a la percepción de que el Gobierno no les defiende, "convierte a los jóvenes en un gran objetivo potencial de radicalización y posible reclutamiento". Edwin Bakker, que estudia el fenómeno terrorista en el Instituto Holandés de Relaciones Internacionales, recuerda que "algunos políticos se lo tomaron personalmente, y desde luego Van Gogh". Hubo grandes protestas y el documento fue archivado. "Lo que dice el informe es cierto", señala Bakker. "Ahora, ocho meses después, nos encontramos ante un crimen, y si se ponen los hechos al lado del informe se ve que todo cuadra".

A juicio de Bakker, la lección que Europa puede extraer de la crisis holandesa es que "no hay que subestimar las irritaciones que pueden llevar a la radicalización".

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