_
_
_
_
_
Crítica:UN NARRADOR CULTO Y POPULAR
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La muerte es una manía de viejo

Abrir un libro de Julian Barnes es como abrir una botella de un buen whisky: uno sabe lo que va a encontrar, es lo que desea y es de confianza. Barnes pertenece a esa sólida tradición narrativa inglesa que arranca en el prerromanticismo del siglo XVIII y llega hasta nuestros días dispuesta a dejar bien claro que donde hay tradición no manda marinero. La estabilidad es el resultado final de la tradición y a lo largo de ella desfilan maestros y artesanos en amable compañía. Barnes es un escritor que combina inteligencia y humor con verdadera gracia sin perder por ello un ápice de sordidez, lo que le sitúa en la estela de esos escritores capaces de demostrarnos con una sonrisa el lado mezquino de la vida, que es el más común en la sociedad actual. Esa capacidad de soportar las propias miserias con una resignada euforia la definió la frase más cínica y rotunda que debió escribir en su vida la gran narradora Iris Murdoch: "En el fondo, a cada uno le gusta el olor de su propia mierda".

LA MESA LIMÓN

Julián Barnes

Traducción de Jaime Zulaika

Anagrama. Barcelona, 2005

240 páginas. 15 euros

Más información
"Ahora todo el mundo habla de sexo y política, pero la muerte sigue siendo un tabú"

Los relatos que Barnes reúne en este libro son excelentes casi todos. El medio en que se mueven es el de la clase media o, más precisamente, el de la mentalidad de clase media, con la excepción del músico de El silencio. Son gente que ha llegado a la sesentena, es decir, gente que ya ha percibido la presencia de la Muerte o bien viejos que la escuchan respirar cada noche junto a su almohada. Mal tema éste para los tiempos que corren, porque la gente, que admite la muerte con perfecta naturalidad si le es ofrecida como espectáculo (véase la hambruna de Sudán o el horror diario de Irak ) admite muy mal, en cambio, que se le hable de la Muerte como algo real que le afecta directamente; es decir, que le pongan cara a cara con ella desde su propia vida. Pero Barnes tiene un recurso que he señalado antes para aliviar tan dura y desagradable propuesta: el humor que, naturalmente, no es un humor tronchante sino más refinado y malvado. En estos cuentos actúan personajes sobre los cuales sobrevuela la muerte, es decir, personajes que cuentan con ella aunque hacen como que no la ven. Entonces los narradores de los relatos varían con toda soltura, a veces operan como un auténtico Asmodeo levantador de tejados y en otra fijan su posición con respecto al personaje y lo siguen con un último punto de ambigüedad que permite cualquier juego, incluido el del tiempo pasado y presente, como en el caso de Una breve historia de la peluquería -aquí el narrador es, casi, un sillón de barbero- o El reestreno. La sórdida realidad de unas vidas mediocres acosadas por la inevitable consciencia de la vida que decae queda también compensada con el desenfado con que Barnes narra; porque lo cierto es que hay un equilibrio entre sordidez y desenfado narrativo que impregna todo el libro -ya he dicho que Barnes se distingue por su inteligencia-. Por otra parte, no plantea ese tipo de cuento en el que el lector es golpeado por la sorpresa o la revelación inesperada al final, sino que, más en la línea que procede de Chéjov, deja al cuento fluir hasta su desembocadura natural, sin aspavientos; a Barnes no le interesa tanto evitar que el lector adivine el final del cuento cuanto dejar que navegue por él. Así, el cuento no queda obligado a iluminar con el golpe final el resto del relato sino que construye paso a paso su propio camino.

Manías de vejez contadas admirablemente (Vigilancia), el doble sentido de la relación entre las cosas y el azar (Corteza), el encuentro con el silencio de un gran músico que escribe el movimiento final de su vida y de su sinfonía (El silencio) o las formas del vacío de vida que establece una pérdida (Higiene, La jaula de frutas -el más duro de todos, quizá el mejor-) son algunos de los asuntos que Barnes ha atado a la pata de la vida para hablarnos de la condición de mortalidad que acompaña a la decadencia. Y deberíamos agradecérselo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_