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Reportaje:DESDE EL CORAZÓN DE LA GUERRILLA COLOMBIANA

Cinco años para derrotar a las FARC

Más de 18.000 soldados de Colombia y 800 de EE UU intentan acorralar a la primera guerrilla del país. El control sobre la población civil es clave para los dos bandos

Más de 18.000 militares del Ejército colombiano persiguen, desde hace un año, en las selvas del sur del país a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Es parte del llamado Plan Patriota, la más grande operación realizada contra la guerrilla. La tarea más difícil es ganarse a la población civil acostumbrada a las reglas de las FARC.

"Entonces, ¿para usted no hay diferencia entre guerrilla y Ejército?". Con esta pregunta un soldado interrumpió la charla de un grupo de campesinos que almorzaban en un restaurante de La Hacienda, pequeño puerto cerca de Cartagena del Chairá, una población de 8.000 habitantes a orillas del río Caguán, en el sur del país. La conversación llevaba varios minutos y el soldado escuchaba de pie, en silencio, apoyado en su fusil. Intervino cuando María, la cocinera, dejó de atender a los clientes del local y se sinceró: "Las cosas siguen iguales. ¡Estamos acostumbrados a lo que nos toque: el que tenga las armas, manda!". Y contestó al militar: "Mire: al que quiera comprarme una gallina, llámese guerrillero o soldado, yo se la vendo".

"No se puede ganar la confianza del pueblo y erradicar la coca", afirma un militar
Los habitantes del Caquetá no saben si llegó primero la coca o la guerrilla
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El contrapunteo siguió sin enfados. El soldado, de apariencia frágil, trató de convencer a los campesinos con referencias a la Constitución, destacando que Ejército y guerrilla son cosas bien distintas. "¿Sabe qué?", le soltó un campesino, "aquí todo mundo creció con la idea de autoridad de la guerrilla. Tiene que venir otra generación que reconozca la autoridad al Ejército". La frase cerró el debate.

Tanto los civiles como los militares señalan la convivencia como uno de los mayores problemas del Plan Patriota. "Hay lazos afectivos muy fuertes entre los dos", reconoció la portavoz de la base militar de Larandia, centro de operaciones encargado del despliegue militar en la selva.

Cartagena del Chairá es uno de los cinco municipios del cerco estratégico que delineó el Ejército de Colombia para golpear por aire, agua y tierra, al "corazón de las FARC" en más de 160.000 kilómetros cuadrados de un territorio inhóspito y malsano. Las personas mayores de este pueblo fundado hace apenas 40 años no saben si llegó primero la coca o las FARC. "Es imposible ganarse a la población civil y a la vez erradicar la coca, base de su sustento", acepta por otro lado un oficial de esta enmarañada acción militar.

La ocupación del Ejército comenzó en abril de 2004. Uno de los primeros asaltos aéreos fue en Peñas Coloradas (a unas tres horas de navegación de Cartagena del Chairá), pequeña aldea que fue durante años un importante centro financiero de la guerrilla. Su población se quedó sola: más de 3.000 personas huyeron y se refugiaron en Cartagena del Chairá.

Desde entonces, los efectivos del Ejército de Tierra han ido avanzando, poco a poco. Se adentraron en la selva en pequeños grupos, con brújula y teléfonos vía satélite. Cada 15 días talan con motosierra árboles gigantes para improvisar helipuertos. Por el aire les llega la comida y la "moral": cartas de madres, esposas e hijos... "Los que estamos en esta guerra somos pobres, aquí no hay ricos", dice un soldado joven.

Las FARC, que tienen unos 5.000 guerrilleros en el área, les llevan ventaja. Conocen el terreno como la palma de la mano y durante años han construido una red de caminos en la selva. María trabajó dos meses y medio habilitando senderos porque apoyó a una pariente multada por haber subido la voz a una guerrillera. Salvo escasos combates, la guerrilla no suele atacar al Ejército. Es la estrategia de respuesta al Plan Patriota, bautizada Plan Resistencia.

Una joven oficial no duda en afirmar que ésta es una "guerra de desgaste"; "gana el que más aguante". En su opinión, se necesitan como mínimo cinco años para debilitar la retaguardia enemiga y obligarlos a negociar con el Gobierno. Mientras apoya sus manos en el cinturón del que cuelgan revólver y teléfono móvil, añade: "Ésta es una campaña militar de largo aliento".

Los soldados que patrullan en los pueblos, en los caminos o a orillas de los ríos, recuerdan los combates de meses atrás: "Los guerrilleros están escondidos, no salen a pelear, hace dos meses que no oigo un tiro", dice uno de ellos.

Para la población civil, la llegada de las tropas del Ejército fue agresiva. "Para los soldados todos éramos guerrilleros", recuerda una mujer que vende jugos en un caserío a la orilla del río. "Eran las once de la mañana, oímos los disparos de los helicópteros y poco después algunos hombres armados bajaron... Aquí estábamos 14 personas y con pañuelos blancos les hicimos señas, gritando '¡somos gente de bien!", revive la mujer.

En Cartagena del Chairá, los militares detuvieron a 250 personas acusadas de complicidad con la guerrilla poco después de su llegada. Hoy, todos están libres y tienen miedo de volver a la población. Mientras, se acumulan las quejas por malos tratos por parte de los soldados, y se han abierto 15 investigaciones en la Fiscalía de los Funcionarios Públicos. El alcalde de Cartagena del Chairá, William Ocampo, afirma que la situación actual en el casco urbano "está aparentemente bien", pero en el campo las cosas son diferentes. "El Plan Patriota es contra la población civil, no contra la guerrilla". Ésta es la queja general. El Ejército establece restricciones alimentarias (el número de familiares determina las compras permitidas), en la venta de combustible, cemento, pilas, botas de caucho. La venta de antibióticos y de medicamentos específicos para las enfermedades tropicales está controlada.

A estas restricciones, que forman parte de la absurda lógica de la guerra, se suman otras complicaciones legales. Desde diciembre de 2004, por ejemplo, el Ministerio de Transporte exigió para la navegación fluvial los seguros obligatorios desde 1996. "Entonces no hicimos nada y se venció el plazo", confiesa sincero un miembro de una asociación de dueños de embarcaciones. Cuando llegó la orden del ministerio, empezaron los trámites burocráticos; pero algunas compañías de seguro negaron su respaldo por ser ésta una zona roja, como se llaman a las regiones marcadas por la violencia. Este hombre cuenta que tienen que pagar vacuna, un impuesto a la guerrilla. "¡Claro que pagamos a la guerrilla!", y agrega: "¡Si hasta pagamos al Estado!".

Esta confusión por la transición entre estas dos leyes sale a relucir a diario. Los niños no están registrados y los adultos no tienen cédulas ni mucho menos títulos de propiedad. "Eso aquí no se acostumbraba, porque la guerrilla lo prohibía". "Aquí vivimos de 2002 a 2004 sin Dios ni ley: no hubo alcaldía. Hoy no hay archivos, ni cifras... En esa época el comercio no pagó impuestos porque no había quien los recibiera!", cuenta el alcalde.

Las FARC no aceptan que la población civil salga de su control. Para algunos, esto explica por qué entraron disparando, el pasado 27 de mayo, a la sala de apenas 12 metros cuadrados donde estaba reunido el Consejo de Puerto Rico, una población cercana, y asesinaron a seis personas. "La guerrilla sigue viva" y es la que manda en Caquetá, opinan muchos, explicando sus razones. En la carretera que une Florencia, la capital del departamento, con varias poblaciones del piedemonte, paran a los viajeros y requisan los teléfonos móviles. Están prohibidos. La guerrilla los utiliza para bloquear las comunicaciones del Ejército.

De Cartagena del Chairá, río abajo o río arriba, los extraños sólo pueden viajar si informan previamente al Ejército, o con el pasaporte de la guerrilla. No cumplir lo primero puede significar que el viaje termine a mitad de camino. La falta del pasaporte pueden llevarlos a pasar varios días secuestrados.

¿Vale la pena este despliegue de fuerza y poder en un área inhóspita y deshabitada? Las opiniones de los analistas en Bogotá son que se arriesga y se invierte demasiado para lograr tan poco. Piensan que no es bueno comprometer tanta tropa en la selva, es decir, el 10% de las fuerzas del país, dejando desprotegidas otras zonas pobladas y estratégicas.

En el sur, los oficiales al mando de esta incursión a lo profundo de la selva se sienten incomprendidos. "La gente no aprecia la magnitud del territorio que estaba perdido para el Estado", dice, con algo de malestar, un coronel. Su oficina es un búnker bajo tierra con dos ventanucos por donde se ve el perfil de la cordillera que cierra al occidente la Amazonia.

Las muertes y los arrestos de cargos medios de las FARC, el desmantelamiento de varios campamentos y escuelas de entrenamiento, la incautación de 600 toneladas de alimentos en depósitos refrigerados y la de 500.000 municiones enterradas bajo tierra, constituyen para el Ejército importantes logros.

"No se trata de exterminarlos; se trata de desestabilizarlos y lograr un cambio de actitud de la población. Queremos devolver la institucionalidad a estas regiones olvidadas", resume un mayor mientras juega con una pequeña libreta que lleva al final un plegable con las fotos de los jefes guerrilleros buscados por el Ejército. Para las FARC, en cambio, el Plan Patriota es un fracaso y la guerrilla asegura mantener intacta su capacidad militar.

Estados Unidos ayuda al Gobierno colombiano en esta operación supervisando el entrenamiento de las tropas y suministrando armas, repuestos, inteligencia, equipos de comunicación y visores nocturnos. Son ellos los que entregan imágenes por satélite para ubicar campamentos y movimientos de las tropas para orientar los bombardeos. Pero en la selva el factor sorpresa no funciona: los helicópteros avisan y dan tiempo al enemigo para huir.

Los 800 militares estadounidenses viven encerrados en los cuarteles. En Cartagena del Chairá sólo han visto a uno, con su impecable uniforme, en la inauguración del nuevo puesto de policía.

Los oficiales colombianos no dan tanta importancia a la ayuda norteamericana: "¿Cuál apoyo gringo? Ellos sólo dan cien millones de dólares, un porcentaje muy bajo del coste total". Para 2006 se esperan 50 millones más que aún no han sido aprobados.

EE UU tiene un interés adicional en estas selvas del sur: el rescate de tres soldados contratistas secuestrados por las FARC hace tres años, tras derribar el avión en el que volaban sobre las selvas del Caquetá. En una de las tablas del restaurante La Hacienda está colgado un cartel de la embajada norteamericana: "Rescate", dice en letras grandes, y se ven las fotos de los tres estadounidenses enmarcadas en el signo pesos. La recompensa ofrecida es de 13.000 millones de pesos (unos cuatro millones de euros) y un visado para Estados Unidos.

Oficialmente se dice que los cultivos de coca se han reducido en un 70% en esta región en el sur de Colombia. La guerrilla dio el permiso para que lleguen nuevos compradores, mientras que antes el negocio era sólo de ellos.

Muchos campesinos cocaleros se fueron hacia donde el cultivo es más rentable, en el departamento de Nariño, en la frontera con Ecuador, en el sureste del país.

La mayoría de la gente común malgasta el dinero procedente de este negocio ilegal; se esfumó en ocio, "en tragos y mujeres". "Sólo los que ahorramos estamos bien", declaró una de las pocas personas que invirtió las ganancias de la coca en la compra de ganado. Todos los sábados llega a Cartagena del Chairá con su trozo de queso envuelto en costales para venderlo en el mercado.

Últimamente han aumentado también las ventas de otros productos, como la leche, en el puesto de la multinacional Nestlé, a la salida del pueblo. Los tanques refrigerados, con capacidad de almacenamiento de 12.000 litros estuvieron inactivos durante mucho tiempo a causa de las constantes huelgas armadas ordenadas por las FARC. Hoy, la carretera de apenas 60 kilómetros que une Cartagena del Chairá y Florencia ha mejorado y está bajo control militar del Ejército. Por otro lado, también la ganadería está en crisis. En enero de 2004 la guerrilla se llevó 40.000 reses del Fondo Ganadero, administrado por los campesinos. Un castigo por no pagar la vacuna, el impuesto revolucionario.

Muchos confían en que vuelvan los "tiempos de antes", cuando en gran parte del Caquetá había filas de camiones enfrente de las bodegas y molinos. En Cartagena del Chairá, las inmensas bodegas donde antes se almacenaban las cosechas de arroz y maíz sirven hoy de base militar.

"Aquí lo que falta es apoyo del Gobierno para que la coca se acabe", dice un campesino. Y sin disimular la rabia, saca a relucir la lista de promesas incumplidas de varios Gobiernos. Los ilusionaron con cultivos de palma africana, de yuca; muchos se arriesgaron al cambio pero los funcionarios no volvieron. Además, las fumigaciones han acabado con cultivos y proyectos alternativos. "El Estado cree que primero hay que acabar con la coca y luego debe llegar la ayuda; yo pienso que es al revés", afirma con la convicción que da la experiencia.

"En el Caquetá hay exceso de pobreza y un muy bajo nivel cultural. Si no atacamos esto y le enseñamos a la gente, por ejemplo, que son parte de un país, que la vida no tiene precio, nuestro esfuerzo será perdido", reconoce un oficial.

El presidente de la Asociación de Juntas Comunales de Cartagena del Chairá, un duro crítico a la política del actual Gobierno, es concreto: "Con el valor de una sola piraña se mantendría la educación de un año en la región de Caguán".

"El enemigo más grande que hemos tenido en la selva es la leishmaniosis". Lo repiten tanto los coroneles como los soldados rasos. Más de 2.000 militares han sido evacuados del área por culpa de la picadura de un mosquito que les pega esta enfermedad, que produce llagas en la piel y puede llegar a ser mortal si se no se trata a tiempo. Son atacados también por otros males de la selva, como el paludismo y la fiebre amarilla. Con el control total sobre los medicamentos, el Ejército cree poner en jaque "al enemigo".

Es difícil llegar a conocer el número de muertos de cada bando. En los pueblos contabilizan las bajas de la guerrilla con los cuerpos que son enterrados con el letrero NN en los cementerios. En Cartagena del Chairá, se sabe que hay un nuevo muerto cuando la camioneta del comando militar del Ejército pasa por las calles camino a la morgue. Ya son 120. Muy pocos familiares han ido a reclamar y el sepulturero se cansó de enterrarlos en orden y en fosas separadas.

Según cifras divulgadas por el diario colombiano El Tiempo en abril de 2005, el Ejército reconocía 74 muertos y 360 heridos en sus filas, y 346 bajas y 273 capturados en las filas enemigas. La guerrilla, en las mismas fechas, tenía un balance totalmente opuesto: en sus filas, 94 muertos y en las del otro bando, 749.

Otro tipo de bajas son las deserciones del Ejército colombiano y del Plan Patriota en Caquetá, 120 en mayo de 2005. Algunos desertores deciden participar en un programa de reinserción, mientras que otros se quedan en la selva, donde siguen colaborando en la lucha contra "el corazón de las FARC".

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