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Reportaje:CICLISMO | Dudas sobre el heptacampeón del Tour

Perseguido desde el principio

Armstrong siempre ha estado envuelto por las sospechas debido a su espectacular dominio

Carlos Arribas

La última semana fue la de la paranoia. La última semana de su séptimo Tour, Lance Armstrong la vivió convencido de que no se podría retirar tranquilo, de que algo ocurriría que turbaría su consagración, de que algo se cocía, de que no le dejarían acabar con la leyenda de la carrera. Los indicios que alimentaban sus sospechas se multiplicaban y los registros policiales, minuciosos, cotidianos, de su habitación, del autobús del equipo..., el uso de perros, de sus cualidades olfativas, no eran los menores. "Llegamos a pensar incluso que los mismos agentes que estaban para protegernos de un posible ataque terrorista se dedicaban a espiarnos", cuentan fuentes cercanas al estadounidense; "de todas maneras, aunque hubiera querido hacer algo, tener durmiendo en la habitación de al lado siempre a dos policías no parece que le habría ayudado mucho. Pero sabíamos que algo se fraguaba". No era una novedad. No ha habido Tour en el que no se haya visto implicado en una historia paralela.

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Armstrong se sintió mal amado por el Tour, por su mundillo, desde antes de su primera victoria. Era 1999, el primer año tras el escándalo Festina, que había convertido al ciclismo en el deporte más sospechoso. Y, dentro de ese mundo de sospechas, no podía haber nada más sospechoso que el dominio sin contestación en todos los terrenos, en todas las montañas, de un norteamericano con pasado de clasicómano que apenas dos años antes aún se sometía a sesiones de quimioterapia para curarse de un cáncer de testículos. Oncólogos, fisiólogos, especialistas en dopaje..., debatieron abiertamente sin llegar a ninguna conclusión unánime. En aquel su primer Tour victorioso, aquél en el que recurrió a la EPO según parecen probar los análisis efectuados años más tarde en su orina congelada, ya dio positivo. En su orina se encontraron restos de corticoides, pero, como él explicó, era por una pomada para el perineo cuyo uso no estaba prohibido.

En 2000 la acusación llegó un par de meses después del final del Tour en el que Armstrong inventó el molinillo. Se trataba de un producto derivado de la sangre bovina llamado Actovegin -según los especialistas, no sirve para nada- y que unos periodistas hallaron en un basurero al que lo había arrojado, junto a otras cajas vacías, el médico del US Postal. Los tribunales abrieron una investigación que archivaron años después.

Pocos meses más tarde, a comienzos del Tour de 2001, se supo de las relaciones profesionales y de amistad de Armstrong con un médico poco recomendable, Michele Ferrari, de larga fama en Italia, donde era conocido como Il Mito, y que, a mediados de los años 90, había llegado a decir que una dosis de EPO bien controlada no era más peligrosa que un zumo de naranja. Aquella noticia, publicada por el reportero británico David Walsh en The Sunday Times y confirmada años después ante el tribunal que le enjuició por el ciclista italiano Filippo Simeoni, enturbió la conquista del tercer Tour de Armstrong y fue el preámbulo de un libro publicado en 2004 por el propio Walsh y el francés Pierre Ballester: LA Confidencial. Con el libro, basado principalmente en las acusaciones de Emma O'Reilly, ex masajista de Armstrong, aumentaron las zonas de sombra que rodean al tejano, aunque en él, a falta de pruebas, no se recojan más que sospechas y convicciones morales y lógicas. Apoyándose en él, la compañía de seguros que debería haber pagado a Armstrong cinco millones de dólares por su sexto Tour congeló la bolsa e inició una investigación. Al poco tiempo, un ex ciclista que coincidió con Armstrong en su juventud y un asistente personal al que no renovó el contrato le acusaron públicamente de más hechos dudosos.

Tras todos estos antecedentes, a pocos ha extrañado que la única defensa de Armstrong ante la última acusación haya sido un escueto comunicado en su página web. "Quizás le esté dando demasiada poca importancia al asunto", dice una fuente de su equipo, el Discovery Channel, quien añade que el abogado de Armstrong ha pedido a todos sus miembros que guardaran silencio.

Como dice un viejo director, si se analizaran las orinas de Fausto Coppi y Jacques Anquetil se encontrarían anfetaminas por un tubo, producto que nunca negaron amar, y en las de Eddy Merckx y Bernard Hinault aparecerían anabolizantes y corticoides, los productos de la época, y en las de los ganadores de los 90 probablemente más EPO, como en la de Armstrong, también ciclista de su tiempo, y nada de ello acabaría con su mito porque a ellos tampoco se les obligó a estar por encima de toda sospecha, porque tampoco financiaron la lucha antidopaje de la UCI o entraron en polémica con la Agencia Mundial; porque tampoco ellos se despidieron del ciclismo desde el podio de los Campos Elíseos con una dedicatoria a los cínicos que no creen en los milagros.

En Estados Unidos siempre se recuerda que el presidente Nixon tuvo que dimitir por mentir a la nación y no por espiar a los demócratas en el edificio Watergate. A Armstrong nunca se le podrá sancionar por unos análisis efectuados con fines científicos, pero quizás sí por mentiroso, por una frase que ayer volvió a repetir en su comunicado: "Nunca he recurrido a productos prohibidos para aumentar mi rendimiento".

Lance Armstrong, en los Campos Elíseos, durante la última etapa del Tour de 2005.
Lance Armstrong, en los Campos Elíseos, durante la última etapa del Tour de 2005.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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