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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Nunca fui a Nueva Orleans

Hoy, domingo 28 de agosto, debería estar durmiendo, o mejor no durmiendo, en la ciudad más divertida, noctámbula y musical de Estados Unidos. Mi viaje por el blues, el jazz y los escritores del profundo sur debería haber terminado escuchando jazz en el Preservation Hall de Nueva Orleans. Hoy no iré a Nueva Orleans, tampoco en los días siguientes. No tomaré el avión de vuelta a Madrid en su aeropuerto. Hoy es la noche más triste de la ciudad más alegre. La ciudad más vacía de Estados Unidos. La ciudad que nunca duerme hoy tiene un aspecto fantasmal. Una ciudad evacuada, temerosa y sorprendida ante una desconocida demostración de la fuerza de la naturaleza.

Estoy al lado del gran río, del Old man river, el padre de las aguas, en Natchez a unas 130 millas de Nueva Orleans, en una de las hermosas ciudades de las orillas del Misisipí. Una pequeña, antigua y típica ciudad del profundo sur. La que mejor conserva su pasado esplendor, sus plantaciones y sus históricas casas. Natchez, fundada por españoles en el siglo XVIII -una placa recuerda a Bernardo Gálvez- fue alternativamente gobernada por franceses, españoles e ingleses. Hoy la ciudad de Natchez vive con expectación y una calma dominguera las noticias que cada hora le acercan a una fuerza desconocida.

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Estamos en una de las carreteras de evacuación de Nueva Orleans, los hoteles ya están completos ante la amenaza inminente. No hay medidas especiales, hoy todo permanece con la misma tranquilidad de los domingos de las ciudades sureñas. Los bares de la ciudad anuncian las actuaciones tan habituales en estos musicales pueblos del Misisipí. El barco varado, el casino, uno de esos barcos que hiciera universales Mark Twain, tampoco está cerrado en estas horas de la calurosa tarde en las orillas del Misisipí.

El encargado del hotel, una plantación con unas casas para huéspedes en las que Scarlett O'Hara se sentiría como en casa, es un francés tranquilo, un marsellés que nos recomienda calma y lectura. Un momento después reconoce que en los 25 años que aquí lleva viviendo nunca había conocido una situación similar. Tendremos que hacer vida en la plantación. Nos quedan los libros de William Faulkner y los de Mark Twain. En el bar hay Southern Comfort y no faltan alimentos. No son mala compañía para esta angustiosa y lenta espera.

Acabamos de volver del pueblo. Hemos tomado unos tamales al lado del río, en una pequeña casa de madera bajo un enorme plátano. Creía que era mi despedida del lugar donde mejor hacen las margaritas del pueblo. La chica del bar nos dice que mañana no piensa cerrar. Nos recomienda que tengamos cuidado si vamos a cruzar el enorme puente sobre el río. ¿Será la suya la famosa tranquilidad de los habitantes del viejo río?

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Nosotros no podemos dejar de sentirnos como aquellos personajes atrapados en Cayo Largo, no hay ningún malvado Bogart pero parece que el viento está a punto de llegar.

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