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Columna
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Otra Turquía, en otra Europa

Andrés Ortega

"Empezamos a negociar, pero no sabemos si acabaremos algún día". Salvo sorpresas de última hora, esto es lo que los 25 le van a decir hoy a Turquía. ¿Hubiera sido mejor decirle: "Esperemos, y cuando Turquía y la UE estén listas, empezaremos a negociar"? Para los turcos, no. Saben que una vez abierta la puerta, y aunque haya parones y puntos intermedios, la UE no volverá a cerrarla salvo que se produzcan involuciones en la propia Turquía. Sobre todo, la perspectiva de abrir negociaciones, a partir de ahora es el mejor acicate para proseguir la democratización y modernización de Turquía y para que siga llegándole el flujo de inversiones.

Europa no querría tener que decirle ni ni no a los turcos, lo que dice mucho de la UE. ¿Está preparada para admitir a Turquía? No (y lo peor es que lo está cada vez menos). ¿Lo está Turquía? Tampoco. Es evidente, como ya hemos señalado en otras ocasiones, que esta Turquía no cabe en esta Unión. Pero ésa no es la forma de encarar este reto. Hay que pensar, como hacen algunos diplomáticos españoles, cómo serán Turquía y Europa en 10 ó 15 años. Al ritmo de crecimiento actual (en torno al 8% del PIB anual en el último trienio), no todo el país, pero sí sus partes más desarrolladas del litoral se habrán acercado a la media de riqueza por habitante de la UE. Además, es un plazo razonable para demostrar que un país de mayoría musulmana, actualmente con un partido islámico en el poder, se puede mantener como Estado laico para entrar en una Europa laica. Por el contrario, un portazo a Turquía por la UE en estos momentos reverberaría en todo el mundo musulmán como una bofetada del club cristiano.

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10 ó 15 años deben ser suficientes para que la UE y sus países hayan no resuelto pero sí encauzado los problemas que supone la integración de una inmigración musulmana importante y creciente. Si lo logran, el ingreso de lo que para entonces será el país más poblado de Europa, no sería un problema. Si no lo consiguen, el problema no será con Turquía, sino con nosotros mismos.

Hoy por hoy, hay un problema creciente de opinión pública. Francia ya reformó su Constitución (para facilitar, sin éxito, la aprobación de la europea) de modo que un futuro ingreso de Turquía en la UE tendrá que ser sometido a referéndum. El rechazo de la opinión pública francesa al ingreso de Turquía es de los más marcados, junto con el de los alemanes, holandeses y austriacos. Claro que en Alemania Angela Merkel, que proponía ofrecer sólo una asociación especial a Turquía, debe estar tirándose de los pelos, pues así ha perdido la mayor parte de ese casi un millón de votos de ciudadanos ahora alemanes de origen turco que le hubiera dado una victoria rotunda. Según la última encuesta sobre Tendencias Transatlánticas, España está, por detrás del Reino Unido e Italia, entre los de actitud más positiva. Pero, ojo, pues este apoyo se está deteriorando: de 39% en 2004 a 26% en 2005.

Naturalmente, las propias estructuras de la UE han de cambiar. El estado catatónico en que se encuentra la Constitución Europea es algo más que un contratiempo. Habrá que reinventar esta Unión y definirla con mayor precisión geográfica (sería vecina de Irak, o de lo que para entonces quede de ese país) y de contenidos. Es razonable que para entrar se le pida a Turquía que, de alguna manera, reconozca a Chipre, país miembro de la UE. Pero los entonces Quince cometieron un error al dejar entrar a Chipre después de que los grecochipriotas rechazaran, pues les salía gratis, el plan de Naciones Unidas para la reunificación, que sí aprobaron los turcochipriotas. Llegado el momento, la propia Turquía tendrá que plantearse si le interesa la integración en esa UE en las condiciones que se planteen o quedarse fuera, o plantearse la relación especial como un paso intermedio. Pero, sobre todo, si la previsible ruptura de Irak no se lo impide, Turquía va a ser un acicate para redefinir la Unión Europea. aortega@elpais.es

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