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Reportaje:LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

De la valla de Ceuta al muro del Sáhara

Varios subsaharianos deportados por Rabat explican cómo los encontró el Polisario tras vagar tres días por el desierto

Carlos E. Cué

La decisión de jugarse la vida para llegar a Europa no tiene marcha atrás para los subsaharianos abandonados por Marruecos en el desierto. Ni siquiera tres o cuatro días al sol sin apenas agua ni comida, convencidos de que morirían, han abierto brecha en su férrea voluntad. "Nos querían matar, nos lanzaron al desierto y nos dijeron que en cinco kilómetros llegaríamos a Argelia y encontraríamos a alguien", relata indignado el camerunés Thomas D'Aquin.

Lo cierto es que había más de 300 kilómetros de pedregal hasta la ciudad más cercana. Sólo su inagotable capacidad de supervivencia y el encuentro con el Frente Polisario les salvó la vida.

D'Aquin habla desde Bir Lehlu, una base militar en la zona controlada por los independentistas saharauis, al otro lado del muro construido por Marruecos para defenderse de los ataques del Polisario, y lo tiene claro: "Olvídense, vamos a volver a intentarlo, regresar a nuestras casas sin dinero no es una opción. Nos quieren matar, pero da igual, llegaremos a España como sea. Tenemos que salvar a nuestras familias, para eso salimos y no volveremos hasta que lo consigamos. Tal vez no lo intentemos más por Marruecos después de que nos trataran como ganado, pero buscaremos otra manera. Siempre la hay si te juegas la vida".

"Regresar sin dinero no es una opción. Quieren matarnos pero llegaremos a España como sea"
"Cuando los saharauis nos encontraron nos habíamos sentado a esperar la muerte"
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Marruecos niega haber dejado en el desierto a estos subsaharianos, pero lo cierto es que los 92 africanos de Bir Lehlu explicaron ayer con detalle a los periodistas todas sus peripecias por Marruecos, con descripciones geográficas comprobables y versiones coherentes entre ellos, que vienen de nueve países distintos (48 de Gambia y 18 de Camerún, los grupos más numerosos).

De hecho, algunos han sido reconocidos por periodistas españoles que les han seguido en su interminable viaje en autobús por Marruecos. Aunque ni el Polisario ni los helicópteros de la Minurso (la misión de pacificación de la ONU) han logrado encontrar cadáveres en medio del desierto, casi todos han dejado atrás a compañeros que no podían seguirles. Algunos dicen haber visto morir a mujeres (no hay ni una en todo el campo).

Uno de los responsables de la Minurso, que ayer se acercó junto a Médicos del Mundo y una representante de la Agencia Española de Cooperación Internacional al lugar donde están acogidos los subsaharianos, asegura que, si hubiera cuerpos, sería muy difícil verlos desde un helicóptero porque los heridos suelen quedarse cerca de los pequeños tarajales, arbustos que dan la única sombra del desierto.

La supervivencia al raso durante tres o cuatro días es tan inexplicable que los periodistas preguntan una y otra vez cómo lo han hecho. "La clave está en que llovió un día, y eso les dio un poco más de tiempo", explica Mohamed Khadad, coordinador del Polisario, que tiene una lista de recogidos en la que figuran dos menores (de 17 años).

Todos los emigrantes están aliviados porque han sobrevivido, y muy agradecidos al Polisario, pero el susto no se olvida. El nigeriano Timothy Osemcoenichal, de 22 años, recuerda, como todos los demás, que primero tuvieron que cruzar terreno minado. "Había un pasillo como para una persona, y nos gritaron, a la izquierda muerte y la derecha también. Luego caminábamos sólo por el día para poder ver las minas, había muchísimas".

A él lo detuvieron cerca de Nador. En el desierto, su grupo se fue disgregando, cada uno elegía su camino para salvar la vida. "Nos perdimos", recuerda. "Siempre nos han mentido. Primero nos dijeron que nuestra embajada se haría cargo de nosotros. Y luego nos dejan en el desierto con la promesa de que en cinco kilómetros estábamos salvados. Caminamos un día entero y resulta que estábamos de nuevo en Marruecos. Teníamos sed pero nadie quería ayudarnos, nos echaron otra vez. Cuando nos encontraron los saharauis nos habíamos sentado a esperar la muerte. Se nos había acabado el agua". Lo que más les duele, más que el maltrato, es haberse quedado sin dinero.

Para ellos es una derrota completa. Aseguran que los militares marroquíes se lo han robado todo, y enseñan sus bolsillos arrancados, sus ropas deshechas, y las huellas de los golpes. La mayoría llevaba, según ellos, entre 300 y 500 euros, lo que han podido acumular para pagar el salto a Europa. Algunos, como Osemcoenichal, llevan cuatro años en Marruecos buscando una oportunidad para saltar, ahorrando dinero, fracasando muchas veces.

Todos empezaron igual: con una subvención de todo su pueblo, que tienen la firme intención de devolver con creces cueste lo que cueste. Lamin, otro gambiano, explica que en su pequeño país, cuando el padre se hace viejo, el hermano mayor debe marcharse para pagar los estudios y la vida de los más pequeños. Él tiene tres.

Marruecos insiste en negarlo todo, pese a la llegada de la prensa hasta este inhóspito paraje. También lo hizo cuando abandonó la primera vez en Ain Chouater, al suroeste, cerca de Bouarfa, a más de 1.000 inmigrantes.

De eso hace poco más de una semana, pero a Dembo Sangang, un gambiano de 18 años, le ha parecido un siglo. Con su rodilla hinchada como un balón, hasta el punto de que los representantes de la Minurso están preocupados por su evolución, cuenta cómo le han echado al desierto ya tres veces. Lleva sólo ocho meses fuera de casa, pero ya le ha pasado de todo. Primero intentó cruzar con un flotador por Ceuta, y se llevó una paliza de los marroquíes y una deportación a Oujda. Luego, con la crisis de Melilla, lo llevaron al desierto por primera vez, sin agua ni comida. Llegó hasta Argelia, y de allí también lo echaron. Cuando volvió a Marruecos, le mandaron otra vez al desierto. Y al final, le metieron de nuevo con sus compañeros en autobuses y, tras más de cuatro días esposados, orinando dentro del autocar y prácticamente sin comer, les dejaron de nuevo en el desierto, esta vez con un poco de agua y pan. Le pegaron una patada en la rodilla que lo dejó cojo, dice.

Sus amigos gambianos Issa y Bubakan, que están junto a él, orgullosos de haber logrado que sobreviva el alevín del grupo, se turnaban para llevarlo a hombros hasta que los encontraron los saharauis. Pero no se le han quitado las ganas. "Sólo quiero curar mi pierna para volver a intentarlo, si puedo caminar puedo seguir. No me planteo volver a mi pueblo, toda mi familia ha financiado este viaje para que les ayude desde Europa, no puedo regresar sin nada. No hay prisa, algún día llegaré a España. Inshallah": si Alá quiere.

Unos subsaharianos enarbolan la bandera del Frente Polisario en el campamento de Bir Lehlu donde han sido acogidos.
Unos subsaharianos enarbolan la bandera del Frente Polisario en el campamento de Bir Lehlu donde han sido acogidos.RICARDO GUTIÉRREZ

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