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Elecciones en Italia

Il Cavaliere logra mantener a su partido, Forza Italia, como el más votado del país

Después de cinco años en el Gobierno, Berlusconi no da señales de estar acabado políticamente

Enric González

Con las reglas institucionales de la Primera República, vigentes hasta la pasada década, Silvio Berlusconi debería acudir de inmediato al palacio del Quirinal y reunirse con el presidente de la República. No para presentar la dimisión, sino para recibir el encargo de formar un nuevo Gobierno, cosa que le hubiera correspondido como líder del partido más votado. Berlusconi corría ayer el riesgo de perder las elecciones, pero su partido, Forza Italia, votado por uno de cada cinco ciudadanos, se mantuvo como primera fuerza. Il Cavaliere no parecía políticamente acabado, ni mucho menos.

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Silvio Berlusconi siguió el inicio del recuento electoral en su mansión milanesa de Arcore, y hacia las seis de la tarde se desplazó a Roma. No acudió a la sede de Forza Italia ni al Palazzo Chigi, sede de la Presidencia del Gobierno, sino al palacio Grazioli, su residencia privada. Accedió por la puerta trasera, lejos de la vista de los periodistas. Anoche seguía en silencio y "muy tranquilo", según sus colaboradores.

Massimo d'Alema, presidente de los Demócratas de Izquierda, no tuvo apenas que reflexionar cuando le preguntaron cuál debía ser la primera ley importante aprobada por el nuevo gobierno de centro-izquierda. "Hay que resolver el conflicto de intereses", dijo. El conflicto de intereses, es decir, la acumulación de un triple poder político, económico e informativo en manos de Berlusconi, no quedó resuelto con las elecciones. Y Romano Prodi tenía mucho que temer de su eterno rival, aunque se sentara en los bancos de la oposición. El hombre más rico de Italia dejaba de ser presidente del Gobierno, pero mantenía en su poder tres de las cuatro televisiones privadas (Canale 5, Italia 1 y Rete 4), uno de los grandes diarios nacionales (Il Giornale) y la empresa hegemónica en el sector publicitario (Publitalia).

Las elucubraciones sobre un hipotético relevo en el liderazgo del centro-derecha quedaron temporalmente suspendidas. Berlusconi seguía siendo el jefe. Ni Gianfranco Fini, líder de Alianza Nacional (12%), ni Pierferdinando Casini, líder de la Unión Democristiana de Centro (7%) disponían de opciones para desbancar al presidente de Forza Italia, que recogió más votos que la suma de sus dos principales aliados.

"Si pierdo, me voy a Tahití con uno de mis yates", anunció Berlusconi el año pasado. Hubo quien le creyó. Los antecedentes históricos, sin embargo, sugerían lo contrario. En 1996, Silvio Berlusconi sufrió su primera derrota frente a Romano Prodi. Había gobernado durante dos años, en una legislatura truncada por la deserción de la Liga Norte de las filas del centroderecha. Su irrupción en la política italiana era definida como un fenómeno fugaz y ya concluido. Berlusconi sufría, además, un cáncer de próstata avanzado. El Gobierno del centroizquierda estaba tan seguro de que Il Cavaliere se quedaría en casa, disfrutando de su colección de cactus, de sus tres yates y de su familia, que no se molestó en hacer una ley que impidiera el conflicto de intereses personificado por el empresario milanés.

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Dominio del mercado

Cinco años después, en 2001, Berlusconi recuperó la presidencia del Gobierno con la mayoría parlamentaria más amplia desde la implantación del sufragio universal en Italia. Y fue él quien aprobó una ley sobre la concentración de medios de comunicación y el conflicto de intereses, tan a su medida que aún le dio margen para ampliar su dominio en el mercado italiano.

El presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, se negó a promulgar la ley. Tras unos leves retoques del texto aprobado en el Parlamento, Ciampi se vio obligado a firmar: lo último que le convenía a un país políticamente dividido era un conflicto entre las dos máximas figuras institucionales.

Silvio Berlusconi habla por el teléfono móvil a su llegada al palacio Grazioli, su residencia privada en Roma.
Silvio Berlusconi habla por el teléfono móvil a su llegada al palacio Grazioli, su residencia privada en Roma.EFE

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