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El mundo se vuelve humo

EL RELATO que más me gusta de Carver es, a un tiempo, uno de los menos característicos, pero esencial de su estilo. En Tres rosas amarillas (conocido también como Recado) aparecen Chéjov, su esposa Olga Kniepper, su hermana Maria, su editor Suvorin, el maestro de todas las Rusias, León Tolstói, un par de doctores y el balneario de Badenweiler. Sin embargo, los verdaderos protagonistas del relato son un criado soñoliento, un tapón de corcho y el gas de una botella de champaña, ninguno de los cuales abandona el fondo de la acción. Y ésa es la genialidad. El absurdo que envuelve la muerte es precisamente el gas que escapa y ¡pop! hace saltar el tapón de la botella de champaña en la misma habitación donde Chéjov agoniza, el símbolo de lo que para Carver era la etérea matriz de todo relato breve: el mundo volviéndose humo. Aprehender lo inaprensible frente a, según su concepto, la obligada coherencia de la novela. Aparte del máximo deleite que el cuento supone, dos son las conclusiones que se destacan en esa afirmación: en los últimos veinte años, la mejor novela ha intentado compartir esa caza de lo etéreo que el mejor cuento reservaba para sí; en segundo lugar, una película como Short Cuts, el remedo que Altman hizo de los cuentos de Carver, era todo lo contrario a lo que estamos hablando: la vista reconocía el champaña sí, pero estaba desbravado. ¿Y qué paladar puede con eso?.

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