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Etiquetas para los recelos europeos

A los europeos no les gustan los transgénicos. Más de la mitad de la población de la UE contestó el año pasado en una encuesta que no los consumiría. Por eso la UE mantuvo una moratoria sobre nuevas plantas modificadas hasta el 2004, que tuvo que levantar por presiones de EE UU, el mayor exportador de estos cultivos.

A cambio, las autoridades de la UE establecieron un rígido sistema de etiquetado: todos los productos que contengan alguno de sus componentes de origen transgénico deben advertirlo. La excepción está en aquellos productos teóricamente no transgénicos pero que pueden estar contaminados. Deberán advertirlo si más del 0,9% de su composición es de origen biotecnológico. En Estados Unidos no existe una reglamentación similar.

La norma europea, sin embargo, no obliga al etiquetado si entre la planta transgénica y el consumidor hay un proceso biológico de por medio. Éste es el caso del consumo animal de un pienso transgénico. El ganadero no está obligado a advertirlo. Por eso el mayor mercado de estos cultivos es el de piensos. Los Verdes calculan que un 98% del maíz usado con este fin está modificado.

En cambio, una empresa de aceite de soja sí que tiene que avisar si ha usado semillas de plantas transgénicas, o la misma panificadora, indicar que usó maíz modificado. Pero la misma panificadora no tiene que hacerlo si usa harina no transgénica y levadura modificada genéticamente.

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