_
_
_
_
_
Referéndum en los Balcanes
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nadie busque épica

Es menos difícil de entender de lo que dicen algunos, esto que ha pasado en Montenegro. Hace 130 años era un Estado independiente muy digno. No entra en los augurios más razonables que lo sea ahora al menos pronto. Triste consuelo es que con la actual Serbia no lo habría sido nunca. Estados existentes en 1914, surgidos de pueblos aliados durante siglos contra turcos y austriacos, unidos por imposición de los más fuertes en una federación que sólo supo mantenerse bajo dictaduras, antes y después de la II Guerra Mundial, la alianza serbio-montenegrina sólo era un triste remanente de una Yugoslavia que el nacionalismo panserbio había liquidado y mantenido para quedarse con los despojos patrimoniales de la federación desaparecida. Convertida esa facción europea del peor Bizancio balcánico poscomunista que era la Yugoslavia serbio-montenegrina en una balsa pauperizada a la deriva, expoliada por capitanes rufianes, repleta de grumetes encanallados y sin escrúpulos y cada vez más huérfana de la gran dignidad, cultura y decencia de sus mejores hijos que desde hace quince años huyen hacia otras costas europeas o americanas, el sálvese quien pueda es una mera expresión del instinto de supervivencia. La historia en la región es ya triste y mentirosa.

Más información
El presidente serbio reconoce la victoria de los independentistas en Montenegro

Nadie busque épica en esta historia tan pedestre, triste y tan escaso recorrido. Nadie caiga en un ridículo aún mayor que el habido, tomando parte por un presidente Milo Djukanovic que en cualquier país europeo llevaría años en una cárcel de máxima seguridad debido a sus negocios. O por Bulatovic, un cómplice de las peores barbaridades que desde Montenegro se perpetraron contra la población bosnia, o por Kostunica que ya simboliza la obstinación serbia en el error culpable, o Draskovic, ese ministro tan inteligente al que sólo se puede creer sabiéndose uno muy idiota. La subsistencia o desaparición de esta alianza que no existía más que para los negocios ilícitos de muchos no merece media lágrima de nadie.

No reporta triunfos ni beneficios a nadie en la región salvo a aquellos electores montenegrinos que realmente crean que habiéndose liberado de la mafia de Belgrado son libres ya también de la de Podgorica, propietaria de todas las lanzaderas de tabaco, inmigrantes, droga y demás servicios en el Adriático. Y probablemente a tanto personaje por aquí que quiere seguir insultando a los españoles con paralelismos grotescos y olvida que fue el socialismo nacionalista serbio el que hizo de la ya fenecida Yugoslavia un infierno. La votación del domingo es un explicable intento de reaccionar frente al lodo que todo lo penetra con la corrupción, la culpa por los crímenes de guerra, la falta de autoestima compensada con un orgullo grotesco, la miseria, la falta de información e incentivos, la vida triste, embrutecida y roma. En Serbia y en Montenegro. Ahora, la mayoría de los montenegrinos han resucitado a los verdes al movimiento nacional enfrentado al panserbismo blanco. Como en 1878 durante el Congreso de Berlín. Esto se llama progreso.

El nacionalismo de Serbia no ha sabido enfrentarse a los tiempos modernos de la forma en la que lo han hecho los centroeuropeos que rápidamente -hasta los más militantes como el croata o el húngaro- se han asimilado en capitalismo, europeísmo, competencia y globalidad. En Serbia el aparato comunista del Estado ha sobrevivido a Slobodan Milosevic y en los años posteriores a la muerte de Zoran Djindjic, el presidente del Gobierno que quizá podía haber evitado esta nueva tragedia a los serbios, se ha instalado con la suficiente comodidad como para hacer del presidente Vojislav Kostunica un ser agradecido y del general y criminal de guerra Ratko Mladic un héroe en la recámara. El resultado del domingo es tan solo la penúltima estación de la catástrofe serbia. Pronto Belgrado tendrá que explicar a su población que también ha perdido para siempre Kosovo y que en la Voivodina, centroeuropea ella, pocos quieren seguir agonizando con nacionalsocialismo en vena.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_