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Reportaje:Escalada militar en Oriente Próximo

El 'kibutz' de Malkiya intenta renacer

Sólo 74 de los 450 habitantes del asentamiento permanecen aún en la frontera libanesa

Hace sólo siete meses, Eitan Oren enseñaba orgulloso unos campos de manzanos que terminaban justo en la verja metálica que separa sus tierras de Líbano. El kibutz de Malkiya, en la esquina del llamado dedo de Galilea, era un lugar idílico a pesar del acoso intermitente de los milicianos de Hezbolá. Su puesto de observación, ahí mismo, sobre una colina, se observa todavía en pie. Explicaba Eitan que cuando saltaba una alerta, hacía lo posible para tranquilizar a sus hijos sin bajar al refugio. Desde hace una semana ha estado ausente de Malkiya. Ha huido a Tel Aviv con su esposa e hijos. No hay mujeres ni niños; la piscina está vacía. Sólo 70 hombres de las 450 personas que habitan esta comunidad permanecieron en sus casas. "Los combates entre el jueves y el sábado eran justo ahí", apunta Yaakov señalando con el dedo a un espacio abierto a pocos centenares de metros. Yaakov es el responsable de la seguridad del kibutz y tiene trabajo. Además de los cohetes Katiusha, ha habido otra sorpresa desagradable. "Han venido saqueadores de Hadera y Tel Aviv a desvalijar viviendas", comenta.

"Los combates han sido feroces en los alrededores", explica el jefe de seguridad
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"Los perros y los gatos están muy nerviosos, no lo podéis imaginar", dice riendo el encargado del orden de una comunidad que mantiene las puertas de sus casas siempre abiertas. Yaakov recuerda como lejano el año 1996, cuando debieron permanecer 21 días en los refugios, y explica que la prioridad ahora, una vez que los soldados israelíes se han adueñado de la zona más cercana a la frontera, es restablecer la normalidad. "Unos 20 trabajadores se dedican a recolectar las cosechas que no se pueden echar a perder", dice. Abre su camioneta, muestra juguetes y añade: "El supermercado ha abierto, y hoy queremos que empiecen a volver los 150 niños que viven aquí". Su mujer y sus tres hijos también se han ido durante las jornadas más duras a vivir a casa de un general amigo.

Las carreteras que bordean la frontera, con marcas del paso de los vehículos blindados, transcurren entre campos quemados tras la batalla. La metralla salpica el asfalto, y los soldados israelíes y sus carros de combate son omnipresentes en cada cruce de caminos y en cada pueblo de esta zona, muy boscosa, del norte de Israel. El aire purísimo contiene efluvios a chamusquina. Al otro lado, en las colinas pedregosas de Líbano, se ven columnas de humo, se escuchan zumbidos de la artillería y de los misiles de la aviación israelí. Marun al Ras, el pueblo libanés que se divisa muy cerca desde Avivim, en el mismo límite entre ambos países, fue conquistado por los militares israelíes el fin de semana.

"Los combates han sido feroces en los alrededores de Malkiya", comenta Yaakov, un hombre que muestra orgulloso sus fotografías con el ex ministro de Defensa Saul Mofaz. Sirvieron juntos en filas en los años setenta.

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Siempre fue este pedazo de tierra una zona estratégica, un corredor comercial entre las agrestes colinas libanesas y la meseta del Golán. La actual frontera fue dibujada por el tratado franco-británico Sykes-Picot cuando el Imperio otomano se desmoronaba. A unos metros del manzanal de Eitan se conservan las ruinas de un edificio que fue antaño una aduana que empleaban los británicos para recaudar derechos de paso. La frontera sigue humeando.

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