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Memorial de Biescas

El 7 de agosto de 1996, un aguacero descomunal arrasó el idílico cámping Las Nieves, en el municipio pirenaico de Biescas, y 87 personas murieron arrastradas por las aguas, las piedras y el lodo. El pueblo se volcó con las víctimas. Volvemos al lugar de la tragedia de la mano de sus protagonistas

La típica tormenta de verano. Primero, cuatro gotas gordas; luego llovía un poco más. Nos metimos en la tienda. De repente, el agua comenzó a bajar como una ola gigante. Cuando salimos para refugiarnos en la casa del cámping, no pudimos andar ni dos metros. El agua nos llegaba a la rodilla. Mi padre gritó que había que agarrarse a un árbol. Yo lo conseguí, pero a ellos se los llevó. No pude sujetarme durante mucho tiempo y también se me llevó a mí. Recorrí muchos metros debajo del agua. Rebotaba y notaba los golpes. Paré porque me había enganchado en unas ramas. Había recorrido, sin respirar porque iba debajo del agua, todo el cámping en menos de un minuto. Estaba cerca de la casa y daba la impresión de que me encontraba en la orilla del cauce de un río. Pasó un señor y le grité: '¡Oiga, oiga!'. Estaba buscando a su familia, pero me ayudó". Así salvó la vida Sergio Murillo. Su padre, Francisco, murió; su madre, Presentación, murió; Alberto, su hermano pequeño, murió; Susana, su hermana pequeña, murió.

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El 7 de agosto de 1996, excepto Sergio, murió toda la familia Murillo Saldías y 83 personas más en el cámping Las Nieves.

La riada se produjo sobre las siete de la tarde. El estudio que realizó el Instituto Nacional de Meteorología sobre la situación del 7 de agosto de 1996 en Biescas asegura que "la precipitación estuvo muy focalizada sobre un área reducida, concretamente sobre la cuenca del Arás y el barranco del Puerto", encima del terreno que ocupaba el cámping Las Nieves. Aquel día, el único pluviómetro de la zona registró unos 160 litros por metro cuadrado. Algunos especialistas estimaron que la lluvia alcanzó los 500 litros por hora durante 10 minutos en el barranco. El diluvio provocó una riada de 500 metros cúbicos por segundo, que arrastró 13.000 toneladas de sedimentos. La avalancha taponó el área donde se deposita la mayor parte del material generado por la erosión y cegó el cauce artificial, produciendo una riada que arrastró a personas, caravanas y coches casi un centenar de metros. Para explicar la fuerza del agua en tan poco tiempo, los especialistas recurren a expresiones como el "efecto lavadora" o lo comparan a la descarga de agua en un inodoro.

"Me sentía muy débil y no podía andar, pero aquel señor me dejó encima de un coche chafado", recuerda Sergio Murillo. "No sé si pasaron 20 minutos o dos horas, pero cuando llegué al hospital tenía hipotermia. Alguien me llevó a la casa del cámping. Había mantas. Todo era un caos, la gente gritando. Cuando me tocó el turno, me metieron en la ambulancia y me llevaron al hospital de Jaca. Perdí la noción del tiempo. Me pareció que había estado dos o tres días y sólo pasé una noche. Después, en el hospital de Navarra, creía que había pasado una semana y fueron tres días. Aunque lo sabía, aún no era consciente de que había perdido a mi familia".

A las seis de la tarde, una hora antes de la tormenta, Carmen Inglán y Ángel Esteban se fueron del cámping con sus hijos para pasar un rato en la pista de hielo de Jaca. Habían llegado a Biescas cuatro días antes, procedentes de Poitiers. Ángel, que trabaja en la General Motors en Zaragoza, cerró la caravana y se subió con su familia a la furgoneta. En el camino observaron que unos guardias civiles se refugiaban de la lluvia debajo de un puente. En Jaca disfrutaron viendo patinar a sus hijos Dani, que entonces tenía 21 años, y Diego, de 17. A las 21.30 decidieron volver al cámping. Les adelantaban muchas ambulancias, luego les detuvieron y les ordenaron regresar a Sabiñánigo. La carretera estaba cortada. Pararon en Senegüé, donde vivían unos amigos. Llamaron a la hija, que se había quedado en Zaragoza, a 130 kilómetros, para decirle que se encontraban bien y que volvían a casa. Al día siguiente regresaron a Biescas. Su caravana no estaba. "Me llamó la atención que una mujer estaba secando billetes al sol", recuerda Carmen. "Nunca hemos vuelto de cámping, pero no me da miedo. Me asustan más las tormentas". Se emocionan recordando que esquivaron la muerte por 60 minutos.

Al ver que llovía tanto, Luis Bardají, el concesionario del cámping -propiedad del Ayuntamiento de Biescas-, subió a su Audi para ir a buscar a su madre, que estaba en la peluquería. No llegó. La riada arrastró su vehículo. "Me libré porque conducía un coche grande. A los pequeños se los llevaba el agua de la carretera. Calculo que más de 20 muertes se produjeron allí. Los vi desaparecer. A las dos de la madrugada aún no sabía dónde estaban mi mujer y mis hijas. Aparecieron, vivas, más tarde. Al novio de mi hija mayor lo encontraron al día siguiente". Bardají, que tiene ahora 61 años, prefiere no hablar de "la tragedia" y explica que "todo han sido problemas desde entonces. Estoy siempre triste, estresado; han sido muchos años de médicos y abogados. He tenido un cáncer, y voy al psiquiatra a Huesca cada dos meses". En la terraza de un bar de Biescas saluda a los vecinos que pasan. Por la mañana ha estado en el médico. "Paso muchas horas en la consulta".

En diciembre de 2005, nueve años después de la tragedia, la Audiencia Nacional condenó al Ministerio de Medio Ambiente y a la Diputación General de Aragón a pagar 11,2 millones de euros a las familias de 62 de las 87 víctimas. La sentencia, que no fue recurrida, eximió de responsabilidad al Ayuntamiento de Biescas y a Bardají. "La sentencia da la tranquilidad penal, pero no la personal", dice éste. "Lo penal nunca me preocupó. Lo que más me ha interesado son las familias de los fallecidos. Me acuerdo todos los días de la pobre gente que vino a pasar unas vacaciones y no volvió a casa. Yo fui la víctima 88".

Elena Melero, abogada de Sergio Murillo, ha solicitado la ejecución de la sentencia porque la Administración aún no ha pagado. Melero cree que "después de 10 años de procedimiento se ha fallado que hay una responsabilidad, pero no unos responsables. La opinión de los expertos es que la tragedia era previsible y evitable si no se hubiera concedido la licencia al cámping". El pasado julio, el gobierno de Aragón aprobó un crédito extraordinario para pagar su parte a las víctimas.

Bardají no se consideraba un empresario de cámping. "Éramos campistas. Vivíamos en Zaragoza, pero como somos de la zona decidimos montar un cámping y venir a vivir aquí. Nos dieron un premio por quedar entre los 100 mejores de Europa. Teníamos la ilusión de que fuera de primera. Lo estábamos consiguiendo, pero la naturaleza no nos dejó". Bardají asegura que firmó más de 150 millones de pesetas en créditos para poner en marcha el cámping. "En abril de 1996 terminamos una nueva cafetería. Del cámping se sacaron más de 7.000 metros cuadrados de piedra tras la riada. Eso pasó en menos de diez minutos. Si hubiera sido sólo agua, la gente se habría salvado; pero si te pega una piedra en el tobillo, caes y allí te quedas".

"Lo que no está previsto y ensayado en situación de normalidad, difícilmente se puede realizar en situaciones de emergencia", asegura José María Castillón, asesor técnico de planificación de Protección Civil del gobierno de Aragón. En 1996, la planificación era escasa. Aragón fue una de las primeras comunidades que crearon un centro de emergencia, pero fue en 1995, sólo un año antes de la tragedia de Biescas. En el centro de coordinación de emergencias trabajaban entonces tres o cuatro operadoras. "Se recibieron cientos de llamadas de gente que preguntaba por familiares extranjeros de vacaciones en España. Para atenderlas, alrededor de 60 funcionarios trabajaron como voluntarios". En medio de la catástrofe, algunos desaprensivos intentaron sacar provecho. Castillón recuerda que la Guardia Civil tuvo trabajo con el pillaje. Incluso hubo quien se hizo pasar por familiar por si lograba entrar en las listas de indemnizaciones.

Castillón dice que el primer problema fue determinar el número de personas que había en el cámping. Unas 600. La información extraída de un ordenador en recepción fue decisiva para realizar los primeros listados. Para localizar a las víctimas, cuadricularon el terreno. Bomberos, Guardia Civil y cientos de voluntarios ayudaron en la búsqueda de desaparecidos. "Allí aprendimos todos", admite Castillón. "Biescas supuso el desarrollo de la Protección Civil en España. Hasta entonces, casi no se tenía en cuenta la asistencia psicológica a víctimas y familiares. Se crearon planes de actuación en todas las comunidades autónomas y se incrementó la atención y las dotaciones de Protección Civil".

Pero quienes más favorecieron el trabajo de los profesionales fueron los habitantes de Biescas. Luis Estaún, alcalde entonces y ahora, cree que "la solidaridad forma parte de la idiosincrasia de la gente de la montaña. Aquí hay situaciones que, o te las resuelves tú, o nadie. Tradicionalmente, la gente es hospitalaria, y aquella noche se llevaron a los afectados a dormir a sus casas". Aunque era pleno verano, la tormenta hizo que bajara la temperatura, y los supervivientes estaban mojados y ateridos.

En la escuela se organizó el comedor, donde se servían cientos de comidas al día. Amparo Claver, que era teniente de alcalde y que se ha jubilado de maestra, alojó a un matrimonio francés dos noches. Habían perdido el coche. A la maestra aún le sorprende cómo llegaba la comida al improvisado comedor. "Un día que no había pan, llegó un camión lleno de Aínsa, un pueblo de otro valle del Pirineo". Josefa García, otra voluntaria, nació en Jaén, pero lleva más de 40 años en Biescas. "Me dieron una niña de unos 11 meses. No sé ni cómo llegó a mis manos. Me contaron que el abuelo se subió a un depósito y su hijo le entregó a la pequeña. A la madre y a la abuela se las llevó la riada. Creo que eran madrileños". Josefa pudo darle de comer porque tenía un nieto pequeño y en casa había biberones y pañales. "No he llorado más en mi vida", reconoce. "La niña durmió toda la noche. Me la dieron a las ocho de la tarde y la recogió una tía al mediodía siguiente. Muchos días me acuerdo de ella, y me gustaría saber cómo está porque ahora tendrá 11 años, como mi nieto Carlitos".

A la gente del pueblo no le gusta que se relacione Biescas con una desgracia. "Por encima de eso", dice el alcalde, "ha quedado la reacción solidaria y la capacidad de un pueblo para ayudar en la tragedia. Estoy orgulloso de la gente de aquí". Cerca del pueblo, Javier Cazcarro, que trabajaba en Las Nieves, dirige ahora el cámping de Gavín, una instalación de primera categoría. Cazcarro perdió el coche en la riada y conserva algunos de los clientes que conoció en el cámping que la naturaleza arrasó, y en el que ahora sólo quedan los edificios rodeados de maleza. Junto a la puerta de recepción de Las Nieves, hace unas semanas apareció un ramo de flores y un papel plastificado con un texto firmado por un voluntario y su hija donde piden que no se olvide lo que ocurrió hace 10 años.

En Biescas viven unas 1.500 personas, pero el pueblo cuenta con más de 2.000 segundas residencias. Así que en agosto la población supera los 10.000 habitantes. Algunos de los veraneantes eran médicos y se pusieron a trabajar antes de que llegaran las asistencias. A juicio del alcalde, "la persona clave fue el médico forense José Antonio Cobo. Desde el primer momento hizo una proyección de lo que pasaría, y me asombró que acertara porque disponíamos de pocos datos. Nos dijo que como habían aparecido 15 cadáveres y habían pasado cinco horas desde la riada, era posible que encontráramos 90. Así fue".

Juan Antonio Cobo es hoy el director del Instituto de Medicina Legal de Aragón. Por primera vez, relata para EPS los cinco días que vivió como coordinador del centro de Jaca donde se atendía a las familias de las víctimas. "No hice identificaciones ni autopsias. Me encargué del operativo, de la logística. Mi admiración es para la gente que se relacionaba con las víctimas. Uno de ellos, después de perder a varios miembros de su familia, llegó a decir que la persona que le acompañó y le ayudó a mitigar su dolor era un ángel". Cobo se enteró de todo en Jaca, cuando se disponía a cenar, dos horas después de la tragedia. Unos meses antes, el forense había participado en un simulacro de accidente aéreo en Zaragoza. Pero allí, los 45 muertos del simulacro eran falsos. "¿Qué hacemos con las víctimas y sus familias?", se preguntó. Decidió elaborar un plan de trabajo para afrontar una catástrofe, "que es lo que viene después". Ese plan fue decisivo para organizar la identificación de los fallecidos y dar respuesta a la tragedia de los familiares de las víctimas.

Cobo comenzó a trabajar a las doce de la noche del 7 de agosto y durmió sólo cinco horas en los cinco días siguientes. "Como había 2.000 voluntarios que trabajaban en nueve áreas, yo podía dedicarme a pensar. Sólo me retiraba para llorar". La estrategia del forense pasaba por centrar la tragedia en Biescas. "Jaca nos daba la posibilidad de que la gente se repusiera. Mi objetivo era que la única preocupación de las familias y los supervivientes fuera su sufrimiento. Para eso es necesario controlar los detalles estresantes, como saber adónde deben ir o cómo pueden llamar a la familia, porque esas pequeñas cosas pueden convertirse en la gota que colma el vaso". Cobo publicó, sin ruido, en 1996 un trabajo con sus conclusiones en el Boletín del Ministerio de Justicia.

En una cafetería de Zaragoza, el forense explica hoy algunas de sus reflexiones. "Los españoles sólo respetamos dos cosas: la suerte y la fila. Por eso hicimos turnos e independizamos el lugar de sufrimiento del lugar de trabajo". El centro de operaciones fue el Palacio de Hielo de Jaca. Cobo se preocupaba de que no hubiera ruido, que las ambulancias apagaran sus sirenas, que las sábanas siempre estuvieran limpias. "Llama la atención", comentaba el forense en su informe, "que siguen sin aparecer cuadros de histrionismo e histeria entre los familiares… Silencio y respeto entre las personas que sufren son las normas… Los familiares asumen la espera numerada".

Aunque elaboró un plan de trabajo que puede servir aún hoy como modelo, Cobo no ha vuelto a colaborar en una catástrofe. Biescas fue la primera y la última. Se emociona al recordar, especialmente cuando habla del trabajo de los voluntarios. "Las familias deben saber que pasados 10 años siguen siendo importantes para nosotros, porque no pensamos en que fallecieron 87 personas, sino en cada una de ellas, con nombre y apellidos".

Jacobo Morlán, responsable de los bomberos de Huesca, fue uno de los primeros en llegar a Las Nieves. Como no tenía instrucciones, decidió subir a Biescas con un camión con proyectores de luz tras recibir la llamada de una mujer que le dijo que estaba encima de un coche y que el cámping se había convertido en un río. La comunicación se cortó. Morlán se sumó a las tareas de rescate, que luego quedaron en manos de buceadores como Carmelo Ríos, que actualmente es instructor jefe de los bomberos de Zaragoza. Ríos estuvo una semana trabajando "de sol a sol en el río Gállego revolviendo con las manos en una masa de barro y escombros de 300 metros de largo y más de medio metro de grosor que formó la riada". A 15 kilómetros del cámping, junto a la presa de Sabiñánigo, encontraron 11 cadáveres. "No recogimos ningún animal muerto. Ellos se anticipan a las tragedias de la naturaleza". Hallaron efectos personales, fotos y muchos juguetes. "Lo más terrible era ver la cara de los padres que esperaban en la orilla a que aparecieran los cadáveres de sus hijos".

Sergio Murillo es ahora arquitecto, ha cumplido 26 años y trabaja en una empresa navarra. Después de perder a sus padres, vivió con sus tíos y sus cinco primos en Pamplona. Decidió independizarse cuando empezó a hacer el proyecto de fin de carrera, hace tres años. "Maduré, pero no lo noté. La gente me dice que maduré de golpe. Es lo mismo que pasa con las plantas, que las ves todos los días y no te das cuenta de que crecen, pero llega alguien que no las ha visto hace tiempo y te dice que han crecido mucho". No tiene ningún inconveniente en hablar de la tragedia de Biescas. Sorprende su entereza a la hora de relatar los detalles más íntimos. Es optimista y no le gusta hablar de los peores momentos. Aunque reconoce que ha llorado mucho, logró desorientar a los psicólogos. "Estaban más perdidos que yo. Les sorprendía que fuera un chico normal. Me proponían recetarme tranquilizantes, pero yo dormía como un lirón. Todo el mundo me decía 'pobrecito', como si fuera un disminuido. Si te concentras en las matemáticas no hay forma de pensar en otra cosa. Quería tirar para adelante".

La fuerza del agua y el Lodo anegó el cámping y se llevó vehículos y personas hasta 15 kilómetros de distancia.
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