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Reportaje:CINCO AÑOS DEL 11-S

Blindar el cielo para llegar a tierra

El 11-S cambió la forma de viajar en avión y de proyectar determinados edificios altos

Antonio Jiménez Barca

Al piloto Manuel Chamorro, hace un año, al llegar a EE UU, le preguntaron sobre cuál era la intención de su viaje. Chamorro contestó la verdad: "Voy a un curso de pilotos sobre accidentes aéreos". Al momento, la policía lo condujo a un cuarto aparte, le registró y le interrogó durante una hora hasta que se convenció de que lo que comentaba Chamorro era cierto y que no constituía ningún riesgo para la seguridad del país.

Desde que en la mañana del 11 de septiembre dos aviones se estamparon contra las Torres Gemelas, otro contra el Pentágono en Washington y otro contra un sembrado en Pensilvania, la manera de volar en avión ha cambiado en el mundo.

Y sobre todo en Estados Unidos: antes del atentado, en EE UU los pasajeros de vuelos interiores efectuaban casi los mismos y escasos controles que los que podían sufrir en un viaje en autobús de Chicago a Denver. Ahora es al contrario. Se ha pasado de un extremo al otro.

Ahora, absolutamente todas las maletas que viajan en la bodega de carga son inspeccionadas por el escáner
Desde el 11-S, nadie sube a un avión con tijeritas de uñas, sacacorchos o artículos punzantes en los bolsos de mano
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La herida sigue abierta

De cualquier forma, ya nada será igual: desde el 11 de septiembre, todas las compañías aéreas del mundo han modificado las puertas de acceso a la cabina. Antes se abrían con un simple patadón. Ahora son blindadas y sólo permiten el acceso mediante una clave numérica. "Antes no era extraño viajar con la puerta de la cabina abierta o entreabierta y dejar a veces que algún pasajero que lo solicitara entrara para que mirara; ahora, eso es impensable", comenta Chamorro, piloto comercial y miembro del Colegio Oficial de Pilotos.

El objetivo es evidente: que nadie pueda volver a hacerse con los mandos de un avión para convertirlo en un misil rebosante de gasóleo.

Desde el 11 de septiembre de 2001, absolutamente nadie sube al avión con tijeritas para las uñas, prendedores de ropa, sacacorchos o artículos punzantes de cualquier tipo en el bolso de mano. Desde el frustrado intento de atentado en Londres, ocurrido hace un mes, además, ningún viajero con destino a EE UU o el Reino Unido sube tampoco con envases con líquidos.

"Esto se está convirtiendo en algo ingobernable. A este paso acabaremos pidiendo a los pasajeros que suban desnudos a bordo", razona Chamorro. "Habría que primar otros métodos de seguridad, porque estas restricciones conducen al infinito", añade.

Controles en maletas

La normativa relativa a la seguridad se ha unificado en los últimos cinco años. Ahora, todas las maletas que van a parar a la bodega de carga de los aviones son inspeccionadas por el escáner. Antes sólo pasaban este control aleatoriamente. En el aeropuerto de Barajas, esta inspección al 100% de las maletas, bolsos o paquetes que suben al avión se lleva a cabo desde 2003, según fuentes de AENA.

Todos estos controles son aún más exhaustivos en los viajes con destino a Estados Unidos. Ahora, el bolso de mano de cualquier europeo que se desplace a este país pasa por dos monitores de rayos X.

Los datos de este pasajero, además, viajan a velocidad cibernética hasta los archivos norteamericanos mientras el viajero está en el aire.

¿Todo esto significa más tiempo de espera? ¿Todos estos controles equivalen a perder horas en las salas de embarque?

"Al principio sí", contesta un portavoz de Iberia. "Pero poco a poco los aeropuertos se fueron equipando con métodos que lograron igualar el tiempo de espera al que se empleaba antes del 11-S", añade. Sergio Patin, director general en España de Continental Air Lines, está de acuerdo: "Antes del 11-S se pedían dos horas de antelación para un vuelo transoceánico; después del 11-S llegamos a pedir tres y cuatro. Ahora, desde lo de Londres, volvemos a las tres horas. Pero regresaremos a las dos horas o dos horas y media".

La imagen de dos aviones estrellándose en directo contra las fachadas de las Torres Gemelas no sólo afectó a la manera de viajar. Todo el mundo se preguntó también si los rascacielos eran seguros o, cuando menos, convenientes. El arquitecto Javier Pioz, que ha diseñado una auténtica "ciudad vertical" para 100.000 personas en Shanghai que aún aguarda el permiso del Gobierno chino y que actualmente trabaja en otro rascacielos en Calcuta, asegura que el 11-S "cambió la manera de construir edificios altos". "El concepto caja de cristal elevada pasó a la historia. Ahora se pide que el macroedificio esté dividido, aunque sea en altura, por distritos independientes, y que un edificio sea autosuficiente, como un barco en alta mar", argumenta Pioz.

Ricardo Aroca, decano del Colegio de Arquitectos, recuerda que el 11-S "paralizó la construcción de rascacielos". "Pero luego se reemprendió y ahora, por ejemplo, se construye uno en Dubai de 700 metros". Y concluye: "No creo que se haya cambiado mucho. Las medidas de seguridad ya eran elevadas. Y técnicamente, que un avión se estrelle es algo imposible de resolver. No se puede vivir pensando que se va a estampar un avión contra tu edificio".

El avance del terrorismo suicida

El 23 de octubre de 1983, Estados Unidos sufrió en el Líbano un ataque suicida mucho más letal que los padecidos por sus buques de guerra en el Pacífico durante la II Guerra Mundial a manos de los pilotos kamikazes japoneses. Murieron 241 militares en el ataque de un camión-bomba conducido por un piloto suicida contra el cuartel general de la Infantería de Marina norteamericana desplegada en Beirut. Poco después, los marines se retiraban de Líbano. Aquel atentado fue el comienzo de un terrorismo suicida, predicado por los nuevos imanes de la yihad, que se extendería en pocos años por todo el mundo y que alcanzó su mayor impacto simbólico el 11 de septiembre de 2001. El ataque kamikaze contra las Torres Gemelas y el Pentágono -la Casa Blanca era el tercer objetivo, frustrado por los pasajeros del vuelo United 93- ha sido el atentado simbólico que abrió un conflicto sangriento que ha derivado en dos guerras, la de Afganistán y la de Irak, y cuyo fin no se vislumbra.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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