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ESTILO DE VIDA

Las variaciones Burberry

Cumple 150 años y lo celebra inaugurando una tienda en Madrid. Bajo el liderazgo de Christopher Bailey, la gran firma de lujo británica va mucho más allá de los cuadros y las gabardinas

Eugenia de la Torriente

No hacía más que recibir aplausos y felicitaciones. Las críticas alababan su trabajo y las cuentas de resultados avalaban su visión. Pero Christopher Bailey, el exitoso director creativo de Burberry, vivía una tragedia. En julio de 2005, su pareja moría de un tumor cerebral. Geert Cloet tenía 36 años y era un belga, educado y guapo, con un puesto de responsabilidad en Miu Miu. Eran pareja desde 1997 y llevaba un año enfermo. Tras ser operado en Milán, Bailey se lo llevó a su Yorkshire natal, donde su familia podía cuidarle mientras él seguía inmerso en una misión: convertir una enseña de lujo tradicional y algo rancia en una de las firmas más modernas y saneadas de la industria.

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Pero nada de esto se notaba en su trabajo. Ni en la colección más sofisticada, Burberry Prorsum, que exhibía en la pasarela de Milán formas alegre e inocentemente sesenteras. Ni en las innumerables líneas de difusión, como Burberry London o Thomas Burberry, que conseguían actualizarse a buen ritmo sin perder en el camino a sus clientes habituales. Con pulso firme, Bailey lideraba una operación que inició en 1997 Rose Marie Bravo (presidenta de la marca hasta el pasado mes de julio): la conversión de una marca histórica en un fenómeno de moda. Un giro de lo más rentable: en la segunda mitad de 2005, las ventas aumentaron un 13% hasta alcanzar los 390 millones de libras esterlinas sólo en ese periodo (unos 578 millones de euros). Progresión que ha continuado en el primer cuarto de 2006: un 19% más en ventas, llegando a los 135 millones (unos 200 millones de euros). Se dice que fue Cloet quien le empujó a no dejar de trabajar para cuidarle. "En ese periodo, lo único normal en mi vida era mi trabajo. Todo el resto era un desastre. Y en ese punto era la única estabilidad que tenía. De pronto me vi inmerso en un mundo lleno de médicos y de desgracia. Obligado a enfrentarme a una realidad muy desagradable, el trabajo me sirvió de guía".

Con impecable traje ligero y fino jersey de cachemira de cuello redondo, Bailey, de 34 años, desafía a una atípicamente calurosa mañana de julio en Londres. Su oficina en la sede de la compañía en Haymarket Street es una pieza amplia, separada del estudio de diseño por una enorme cristalera. Se le puede definir como un hombre sencillamente encantador y se nota que la gente que trabaja con él le adora. "Es importante crear un entorno agradable. No me gusta la antipatía, ni la tirantez. Me aseguro de que todo el mundo en mi equipo esté contento y se divierta. Soy muy sensible a las necesidades de la gente. Hay que tratar a las personas tal como tú esperas que te traten. Y yo espero ser tratado con amabilidad y simpatía".

Buenas intenciones que, en cierta forma, se transmiten a la ropa: cercana, simpática, acogedora. Abrigos, sin duda, pero también vestidos, trajes o camisetas que establecen asociaciones muy simples pero muy efectivas entre la tradición de la firma y las necesidades contemporáneas. Nada que ver con las propuestas tiránicas y agresivas de otras firmas. "No me interesa el aspecto intimidante que puede llegar a tener la moda. Cuando hablas de diseño puedes transmitir una cierta sensación de miedo. No estoy interesado en que Burberry llegue sólo a un cierto tipo de personas, sino que apele tanto a quien busca un vestido espectacular, muy de moda, como a quien necesita una gabardina clásica. Lo que hace que esto sea excitante es la combinación de perfiles y estilos muy distintos".

La gabardina clásica es, por supuesto, una de las señas de identidad de esta marca. Una prenda sujeta a innumerables revisiones y que ejemplifica bien los cambios que Burberry ha sufrido en sus 150 años de historia. De ropa para vestir a soldados a vestidos de noche. De tejidos impermeables a encajes. Del equipo con el que Amundsen se vistió para llegar al Polo Sur en 1911 a la única firma de lujo británica del siglo XXI. En 1856, Thomas Burberry, un chico de 21 años, abrió una pequeña tienda en Hampshire. El comercio fue cobrando fama como proveedor de ropa para actividades deportivas y remató su ascensión con la invención, en 1880, de un tejido impermeable: la gabardina. Vocación de resistencia que también explica el nacimiento en 1895 del Tielocken, un abrigo precursor del famosísimo trench. Un espíritu aventurero que quedó diluido al final del pasado siglo cuando los cuadros en beis, granate y negro se convirtieron en España en emblema de pijerío y clasicismo. Al mismo tiempo, en Gran Bretaña fueron peligrosamente (para la marca) asumidos como bandera por los chavs, una tribu urbana de notable mala reputación.

En cualquier caso, una historia que hoy se celebra con eventos varios. Entre ellos, la inauguración, en Madrid, de la segunda tienda en España, un mercado prioritario. "Dada nuestra intensa relación con España, tenía todo el sentido inaugurar tienda allí en nuestro cumpleaños".

-¿Cómo se ve a sí mismo dentro de la historia de Burberry?

-Como una pequeña gota en el océano. Llevo cinco años en una empresa que tiene 150. Así que lo único que puedo sentir es que soy el guardián de las increíbles llaves de una empresa con una historia fascinante. Mi responsabilidad es asegurarme de que damos los pasos adecuados para asegurar un buen futuro y construir unas bases sobre las que sustentar los próximos 150 años.

-¿Cuáles son esas bases?

-Nunca quise olvidarme del pasado. Me encantan las biografías, me gusta entender la forma en que distintas personas viven. Y la filosofía de esta casa encaja con mis esquemas. Porque se dirige al mismo tiempo a gente diversa: al que vive en el campo y al que vive en la ciudad, al clásico y al moderno.

-¿Qué biografías le han interesado?

-¡Muchísimas! La de Marianne Faithfull, la de Dylan Thomas… Me gusta conocer la vida de otras personas. Pero, no sé, leo muchísimo. A todas horas. Mire todos estos libros. ¡Y son sólo los que he comprado hoy!

Bailey cruza la habitación y señala una pila de libros. No hay menos de veinte: novelas, ensayos, biografías… Una selección anárquica y variopinta. Y los diseñadores, hombres de imagen, no suelen ser tan amantes de las palabras. Él, en cambio, las encuentra evocativas y se declara adicto a la lectura. Dice leer incluso cuando camina por la calle. Y su sonrisa es tan franca que no hay motivo para pensar que exagera.

-Con 29 años, usted abandonó un puesto de responsabilidad de Gucci, junto a Tom Ford, sin un destino fijo. Una decisión arriesgada que ni siquiera sus allegados comprendieron. ¿Por qué la tomó?

-Llevaba allí desde los 24 años. Al principio fue increíblemente estimulante, pero estaba llegando a los 30 y necesitaba ver más cosas, no quería aferrarme tanto a una idea estética. Ayudé a definir la mujer Gucci y necesitaba expresarme de una forma distinta.

-La mujer Gucci y la Burberry no se parecen mucho. ¿Cuál siente más propia?

-Ambas. Ésa es la razón por la que me gusta lo que hago. Y también la razón por la que me gustan las biografías. Me gusta explorar otros mundos. La vida es bonita por su diversidad. Y como diseñador puedo abrazar esa diferencia y crear estéticas completamente distintas.

-Ha declarado que si las cosas se torcieran no le importaría volver al supermercado. ¿Cuándo trabajó allí?

-Llevo toda la vida trabajando. A los 12 años repartía periódicos, y a los 15 empecé a trabajar en un supermercado. Estuve allí dos o tres años. No estoy muy aferrado a las cosas materiales. Soy afortunado por haber tenido las experiencias y las posibilidades que he tenido. Pero nada es para siempre. Estoy contento por lo que hago, tengo planes de estar mucho tiempo en esta empresa, pero hay otros aspectos de mi carácter. Me gusta mucho la jardinería, por ejemplo.

-Parece que no teme al cambio…

-Es cierto que no me da ningún miedo. En absoluto. Soy muy leal, pero en lo que se refiere a las cosas materiales como el dinero, el trabajo, una casa… soy capaz de dejarlo todo sin pena. He aprendido por mi experiencia personal que nada es para siempre. Es una lección difícil, pero que todos tenemos que asumir en algún momento.

Las lecciones que Bailey ha aprendido seguramente le han ayudado a cargar con cada vez mayores responsabilidades en Burberry. La firma inició un relanzamiento en 1998 de la mano de Roberto Menichetti, un diseñador italiano que se encargó únicamente de la línea Prorsum y que convirtió los cuadros utilizados para forrar las gabardinas desde 1920 en algo cool. Pero Bailey no sólo se ocupa de esa colección de pasarela, sino que supervisa todas las líneas de producto, los escaparates, la imagen publicitaria y hasta los perfumes. Revisa los números de una empresa que cotiza en bolsa e incluso les encuentra cierta "poesía". Por si fuera poco, según él, ha jugado un papel destacado en la elección de Angela Ahrendts como sucesora de Rose Marie Bravo al frente de la gestión de la marca. "Angela y yo habíamos trabajado juntos en Donna Karan, así que la conozco muy bien. Es una de las mejores del mundo. Tiene una visión completa del negocio. Aprendo muchísimo de ella. Pasamos mucho tiempo juntos y me encanta. Es excitante y estimulante. Por eso quise que se uniera a nosotros: quería aprender de ella. Rose Marie Bravo quería pasar a otra etapa de su vida, y mi absoluta primera opción fue Angela. Me alegro mucho de que aceptara venirse".

-¿Es una coincidencia que se trate de dos mujeres en una profesión eminentemente masculina?

-No lo sé. Sólo puedo decir que me encanta trabajar con mujeres. No creo que sea una conciencia, sino la consecuencia de estar muy abiertos a apreciar el verdadero talento. Somos muy afortunados por tener a dos mujeres tan fuertes y tan articuladas dirigiendo la compañía.

-¿Aspira a tener su propia marca?

-No. Esto no va de Christopher Bailey. Esta empresa no es mía. Yo soy sólo un trabajador. El único motivo que me impulsaría a crear una marca sería verlo como un reto creativo. Y aquí ya me siento muy retado en ese sentido.

-Con su casa en Yorkshire, rodeado por sus amigos de toda la vida y hablando de su afición a la jardinería y la lectura, parece un poco alejado de los estándares de la industria. ¿Se siente ajeno a ella?

-No, esta industria me ha proporcionado una vida increíble. Me encantan sus excentricidades y sus caprichos. Me gusta la aventura que supone y el hecho de que sea tan internacional. La gente en esta profesión ni siquiera duda sobre si se mudaría a Londres, París, Nueva York, Tokio o Los Ángeles. Lo hacen todo el tiempo. Es un negocio muy global. A mí me ha permitido ver el mundo. La gente puede reírse de él, pero te da oportunidades, y para la gente que trabaja en él, nada es demasiado loco o imposible de realizar.

-Ha vivido en Nueva York, París, Milán o Alemania. ¿Diría que ha vuelto a casa?

-Sí. Y me encanta estar de vuelta. Es la primera vez en 11 o 12 años que de verdad siento que tengo un hogar.

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