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Reportaje:Elecciones legislativas en EE UU

Hacia las presidenciales de 2008 por el camino del centro

Los electores envían un mensaje contra las políticas radicales y extremistas de la Administración de George W. Bush

Antonio Caño

La consistente victoria del Partido Demócrata en las elecciones del martes abre sin duda el camino a un relevo en la presidencia de Estados Unidos en 2008. Pero los resultados obligan, al mismo tiempo, a ser muy prudentes al interpretar la verdadera naturaleza del mandato dado por los electores, así como el ritmo y la orientación que éstos quieren dar al cambio demandado, sin perder de vista que esta votación puede representar más una derrota del Gobierno de George Bush, y de sus políticas sectarias y extremistas, que un triunfo demócrata.

Los demócratas no han ganado las elecciones, coinciden muchos analistas, por lo que han ofrecido a los ciudadanos, sino porque éstos le han querido parar los pies a Bush por la guerra de Irak, por la excesiva carga ideológica de su Administración, por la radicalización general de su gestión hacia una derecha inhabitual en este país. En palabras de Hillary Clinton, desde hoy la principal candidata demócrata de hecho para la Casa Blanca, el electorado le ha dicho a Bush y a sus asesores neocon: "Atención, no tan rápido".

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Para Clinton, para otros muchos candidatos y para las maquinarias de los dos grandes partidos se abre hoy un periodo largo y lleno de incertidumbres que concluirá, como manda la tradición política norteamericana, el primer martes después del primer lunes de noviembre de 2008 con la elección de un nuevo presidente. Quien quiera resultar ganador esa fecha tendrá que extraer las lecciones correctas de la votación de ayer.

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Para el Partido Republicano, basta con leer los sondeos realizados durante la jornada del martes. Más de un 80% del electorado se muestra satisfecho de la situación económica, pero un 58% desaprueba la gestión de Bush, un 37% confiesa haber votado en oposición al presidente, un 88% manifiesta que la guerra de Irak influyó en su voto, de los cuales un 57% desaprueba en distinto grado la actuación de Estados Unidos en ese conflicto. Los datos son también negativos para el Gobierno en lo que concierne al manejo de la inmigración ilegal -un 72% de los hispanos votaron demócrata, interrumpiendo una tendencia en el sentido contrario- y la corrupción. En suma, un 56% de los votantes creía ayer que el país marcha en la dirección equivocada.

Discretamente, empiezan, por tanto, a asomar la cabeza los dirigentes republicanos que quieren un cambio de rumbo. "Va a haber mucha gente en el partido que va a querer una reevaluación sobre quiénes somos, sobre cuáles son nuestras prioridades", ha anticipado Dick Armey, antiguo líder republicano en el Senado y uno de los arquitectos de la revolución conservadora de 1994.

Uno de los republicanos que emerge con fuerza en ese contexto crítico es el senador de Arizona John McCain, también un candidato presidencial en la sombra. McCain se manifestó ayer "decepcionado" con los resultados y con su partido -"fuimos a Washington para cambiar el Gobierno y Washington nos cambió a nosotros"-, pero confiado en que su partido pueda ganar en 2008. "Recuerdo en 1976", dijo McCain, "cuando los republicanos lo perdieron todo, emergió Ronald Reagan para mostrarnos el camino de la victoria".

Los republicanos saben que el deseo de cambio expresado por los electores no necesariamente significa un cambio de partido en la Casa Blanca sino un cambio de política. Los demócratas están, hoy por hoy, en mejores condiciones para responder a ese reto, pero tienen que ratificarlo en los dos años que restan hasta las elecciones.

El líder de los demócratas en el Senado, Harry Reid, opina que lo que su partido "ha aprendido observando a los republicanos, viendo que ellos no han tolerado que los moderados tengan voz en el partido, es que tenemos que trabajar en el centro".

Son múltiples los signos del escenario centrista por el que los electores han expresado sus preferencias: las aplastantes victorias de la propia Hillary Clinton, de Arnold Schwarzenegger, de Joe Liberman, el avance demócrata entre los electores independientes... La misma concesión del Congreso a manos demócratas para equilibrar el poder republicano en la Casa Blanca es un mensaje centrista, un mensaje, por cierto, que podría perfectamente repetirse en 2008.

La vocación centrista de la nueva mayoría se pondrá a prueba desde que el nuevo Congreso inicie sus actividades en enero en la discusión de impuestos y gastos sociales -los demócratas son eternamente demonizados como el partido de los derrochadores del dinero público-, pero el factor decisivo sobre las posibilidades futuras va a ser la forma en que el Partido Demócrata afronte la guerra de Irak y cómo la interprete el electorado.

Con el poder del presidente claramente disminuido por el hecho de no tener que volver a las urnas -lo que en el argot político norteamericano se llama un pato cojo- y un Congreso en manos de la oposición, la responsabilidad demócrata en la política sobre Irak va a ser mucho mayor, y el partido va a requerir de mucha más prudencia.

Si la voluntad demócrata de poner fin a ese conflicto es percibido por los electores como un riesgo para la seguridad futura de Estados Unidos, el futuro candidato demócrata se verá en serias dificultades. Por eso, desde la misma noche electoral, se ha escuchado de todos los portavoces demócratas, con diferentes palabras, la misma idea: no vamos a salir corriendo de Irak, vamos a trabajar con el Gobierno y los republicanos para consensuar una nueva política -"busquemos juntos una solución a la guerra de Irak", ha dicho la próxima presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi-, vamos a escuchar las recomendaciones del Grupo de Trabajo Baker-Hamilton. Y es difícil que ese consenso incluya una pronta retirada de tropas.

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