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Rusia niega el uso político de la energía, y pide al G8 que "entierre los fantasmas de la guerra fría"

La administración Bush acusa a Putin de usar los hidrocarburos como arma de chantaje. Rusia se defiende pidiendo al G8 que entierre los fantasmas de la guerra fría y amenaza con utilizar a Gazprom para comprar empresas en Europa

La primera declaración la hizo Dick Cheney, vicepresidente de Estados Unidos. Fue la semana pasada, y advertía a las autoridades rusas de usar sus recursos energéticos -especialmente el gas que alimenta las estufas de media Europa- como "herramientas de intimidación y chantaje" en el juego político mundial. Hoy le contesta el ministro ruso de energía, Viktor Khristenko, en un artículo firmado en el diario londinense Financial Times, que entre otras cosas pide a los líderes del G8 -se reunirán en Julio en San Petersburgo- que "entierren los fantasmas de la Guerra Fría".

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Más grueso puede ser el tono que emplee el presidente Ruso, Valdimir Putin, en su esperado discurso a la nación el próximo miércoles, para contestar a su homólogo estadounidense, George W. Bush, que ayer afirmaba que Putin está enviando señales confusas sobre su voluntad democrática. Bush rubricaba así las declaraciones de Cheney, que parecen estar diseñadas para provocar una calculada tormenta diplomática.

Dos meses antes de la cumbre del G8

"Rusia se ha alejado de los acuerdos de la era post soviética que consistían en subvencionar los precios de la energía a nuestros vecinos, y los ha sustituido por mecanismos de fijación de precios basados en el mercado", asegura Khristenko, que añade que su administración es consciente de que "las viejas impresiones se desvanecen lentamente", para afirmar sin embargo que "ya es hora de que Occidente reconozca y aprecie el papel maduro y el estado de progreso que Rusia ha conseguido".

El juego de frases no sólo tiene a Europa como campo de batalla. Cuando ya ha pasado de largo el duro invierno continental, y con los ecos de la polémica guerra del gas entre Ucrania y Rusia, que amenazó con dejar a oscuras y en el frío a millones de hogares en Europa -no llegó la sangre al río, pero de hecho sí afectó seriamente a las reservas gasistas de países como Italia o Bulgaria-, aún sonando, la Unión y los países más temerosos del abrazo del oso ruso se plantan en mitad de la discusión.

Es el caso de José Manuel Durao Barroso, el presidente de la Comisión Europea, y de su subalterno Andris Piebalgs, comisario europeo de Energía. Ambos reclaman al gigantesco conglomerado estatal ruso, Gazprom, que abra su red de gasoductos a productores independientes. Y ambos emiten una amenaza velada: la Unión puede diversificar su cartera de proveedores en el mercado mundial.

El tono es tan fuerte que el ministro de Defensa polaco, Radek Sikorski, se permitía comparar la pasada semana, en la misma línea que Washington, el acuerdo entre Alemania y Rusia para construir un gasoducto bajo el mar Báltico circunvalando Polonia y el resto de estados litorales, con el pacto Molotov-Ribbentrop (representantes, durante la II Guerra MUndial, de la Rusia estalinista y el Tercer Reich Nazi).

Gazprom amenaza con ir de compras por Europa

La reacción europea tiene sin embargo más que ver con temores reales que con la guerra diplomática que EE UU ha emprendido por su cuenta. Y la causa de ese temor hay que buscarla no solo en el miedo a interrupciones en el suministro -como las vividas en enero y febrero-, sino en la marejada que remueve el sector energético en la Unión Europea.

Y es que en pleno proceso de concentración de empresas del ramo, alentado por los intentos de fusiones empresariales y por la posterior respuesta de los estados, imponiendo trabas a las operaciones transfronterizas y creando los llamados "campeones nacionales", Rusia ha querido usar Gazprom para asustar a Bruselas con la posibilidad de un desembarco -sin contrapartida a la inversa- en Europa.

Herramienta en manos del Kremlin, la gasista amenazaba así la semana pasada a la UE por boca de su vicepresidente, Alexander Medvedev, afirmando que tiene caja suficiente como para desatar una oleada de compras sobre empresas europeas. Y eso con el mismo dinero que los ciudadanos de los Venticinco pagan por el gas. No es un farol cualquiera: Gazprom, tercer grupo energético del mundo, tiene una capitalización de casi 190.000 millones de euros.

Con el calor de la primavera, las estufas pueden permanecer cerradas. Y quizá por eso sea esta época del año la más apropiada para lanzar una campaña de presión, que culmine en algún tipo de compromiso en la citada cumbre de los países más industrializados. Cuando llegue el invierno, será mucho más difícil para los líderes europeos abrir la boca sin mirar con pánico a los manómetros que miden la presión del gas que alimenta la cocina de sus economías.

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