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Bush: "No estoy satisfecho con Irak"

El presidente estadounidense advierte a las autoridades iraquíes de que "la paciencia de América no es ilimitada"

El presidente estadounidense, durante la rueda de prensa en la Casa Blanca.
El presidente estadounidense, durante la rueda de prensa en la Casa Blanca.EFE

A 13 días de las elecciones legislativas en Estados Unidos, y con Irak en el centro del debate político, el presidente George W. Bush ha admitido no estar "satisfecho" con la situación en el país árabe, al tiempo que ha advertido a las autoridades iraquíes de que "la paciencia norteamericana tiene un límite", en alusión a los escasos avances en materia de seguridad.

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Un día después de que el embajador estadounidense en Irak, Zalmay Khalilzad, anunciara en Bagdad un calendario de retirada de tropas en paralelo a la asunción de mayores responsabilidades del Gobierno iraquí, el mandatario republicano ha abandonado la retórica y ha admitido el desánimo: "Sé que muchos americanos no están satisfechos con la situación en Irak", ha reconocido para inmediatamente asegurar: "Yo tampoco estoy satisfecho".

"Al igual que el enemigo cambia sus estrategias nosotros cambiamos las nuestras", ha dicho Bush para justificar el giro dado a su famoso discurso de mantener el rumbo, expresión que no volverá a utilizar porque transmitía la sensación de que "no teníamos en cuenta la situación", como confesó ayer su portavoz. Ahora la prioridad de EE UU es trabajar junto a las autoridades iraquíes para que en el plazo de un año, o a lo sumo 18 meses, los iraquíes estén listos para garantizar su propia seguridad y que así las tropas puedan volver a casa. Bush ha insistido hoy en que el plan para transferir la seguridad al Gobierno iraquí no es "artificial".

Presión en casa

Y es que el estado de ánimo en Estados Unidos con respecto a la guerra ha caído en picado. Las encuestas arrojan un famélico 20% de estadounidenses que siguen creyendo en la victoria final. A eso se une las crecientes críticas de algunos candidatos republicanos, del partido de Bush, críticos e impacientes con las políticas del Gobierno. Demasiada presión para un Bush que hoy ha reconocido reconocido en público su "profunda preocupación" por "los duros enfrentamientos" a los que están sometidas las tropas estadounidenses y que también preocupan a los "americanos".

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"Se han producido graves enfrentamientos, muchos enemigos insurgentes han sido asesinados o capturados y nosotros hemos sufrido bajas por nuestra parte", ha admitido Bush, que no ha tenido más remedio que reconocer que "la muerte en octubre de 93 soldados estadounidenses es la peor (cifra)desde octubre de 2005".

"Durante el mismo periodo aproximadamente, más de 300 agentes de seguridad iraquíes han perdido la vida en combate. Los civiles iraquíes han sufrido una violencia indescriptible a manos de los terroristas, insurgentes, milicias ilegales, grupos armados y criminales", ha asegurado. En este sentido, ha admitido que "los norteamericanos no tienen intención de tomar parte en un enfrentamiento sectario ni quedarse en medio de un cruce de fuego entre facciones rivales", en respuesta a las críticas del Partido Demócrata que denuncia un compromiso ilimitado de las fuerzas de seguridad norteamericanas en el país, mientras el Gobierno iraquí no logra conciliar las posturas de chiíes, suníes y kurdos.

Una retirada sería "una traición"

El principal aliado de Bush en la guerra contra Irak, el primer ministro británico, Tony Blair, ha dicho que retirar ahora las tropas de Irak significaría una verdadera "traición" a los sacrificios realizados por los soldados británicos en el país. "Sólo nos vamos a retirar cuando los iraquíes puedan afrontar su propia seguridad", ha dicho durante su intervención semanal en la Cámara de los Comunes, porque "hacer cualquier otra cosa sería una traición completa, no sólo a los iraquíes sino a los sacrificios realizados por nuestras fuerzas armadas". Blair ha salido así al paso de las recientes declaraciones del responsable del Ejército británico, Richard Dannat, pidiendo la pronta retirada de las fuerzas británicas del país después de una planificación errónea para gestionar la posguerra.

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