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Reportaje:La cumbre del G 8

Putin rompe los esquemas

El mandatario intenta cambiar en la cumbre del G 8 en San Petersburgo los estereotipos sobre Rusia que imperan en Occidente

Pilar Bonet

Con paciencia, trabajo y hasta con pasión, Vladímir Putin ha sabido impulsar una estrategia sistemática al servicio de Rusia (tal como él lo entiende) que culminó ayer en San Petersburgo. Su objetivo, como lo fue en el pasado el del líder soviético Mijaíl Gorbachov aunque con otros postulados, es alterar los estereotipos sobre su país. Al margen del componente propagandístico, el líder ruso ha iniciado un proceso real que tiene su propia lógica y le supera. Como mínimo, ha logrado plantear una reflexión sobre los esquemas maniqueos donde las democracias occidentales son infalibles y Rusia está condenada al papel de malvado.

En vísperas de la cumbre del G 8, Putin dedicó muchas horas de su valioso tiempo a organizaciones no gubernamentales, fiscales, empresarios y dignatarios religiosos de todo el mundo. La inversión valió la pena, ya que el líder ruso se transformó en mensajero e intermediario de las ONG ante sus socios del G 8, lo cual es una posición mucho más favorable que la de ser el acusado de sus críticas.

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Las reivindicaciones de las ONG a Rusia han quedado encauzadas en un marco global institucionalizado, lo que socava el esquema según el cual Occidente acusa al Kremlin y éste se defiende. El mensaje transmitido es que en el mundo no sólo existen los problemas de Chechenia, sino también las detenciones ilegales de la CIA y la prisión de Guantánamo, y que la corrupción afecta al funcionariado ruso y también a la nobleza del Reino Unido. Y si de la democracia se habla, Putin dijo a Bush que no desea para su país la democracia de Irak.

A diferencia del líder soviético Mijaíl Gorbachov, que era ya muy impopular al cuarto año de su mandato, Putin, en el séptimo año de su presidencia, goza de una popularidad superior al 70%, según indican las encuestas del centro de Yuri Levada, un sociólogo no sospechoso de complacencia con el Kremlin.

Las reflexiones que Putin provoca calan incluso en sectores rusos que no simpatizan con él. Veteranos activistas de los derechos humanos, que no escatiman sus críticas al presidente, han comenzado a plantear preguntas incómodas a los países occidentales. Svetlana Gánnushkina, la respetada directora de Ayuda Cívica, constata crecientes dificultades para conseguir que países europeos acojan como refugiadas a personas cuya vida está en peligro en países de la ex URSS. "Lo mejor que puede hacer Occidente por nosotros es estar a la altura de sus propios valores", señala Gánnushkina.

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"Nuestras ONG se han reforzado y se sienten más seguras para expresarse en Rusia y en el extranjero", manifestaba ayer Ella Pamfílova, la presidenta del consejo de ayuda al desarrollo de la sociedad civil, una entidad asesora de la presidencia de Rusia. Pamfílova fue la encargada de organizar el G 8 cívico. En Moscú, en vísperas del G 8, varios centenares de activistas de todo el mundo elaboraron recomendaciones para la cumbre de San Petersburgo. Tras ser escuchados por Putin, muchos de los representantes de ONG internacionales se preguntaban por qué los líderes de sus países no hacían también lo mismo. Aunque hay quien ha tildado al G 8 cívico de propagandístico, las discusiones en él no fueron acomodaticias. En la sección de terrorismo se constató que en la lucha contra este mal se cometen abusos contra la democracia, pero no sólo en Rusia. En la sección ecológica se rechazó la energía nuclear, y esta posición era expresada por Pamfílova ayer en San Petersburgo.

A pesar de su buena relación con Vladímir Putin, o tal vez precisamente por ello, Pamfílova no se mordió la lengua y criticó todo lo que consideró criticable, desde la ley contra el extremismo, aprobada por la Duma estatal, a las detenciones de militantes antiglobalización que querían organizar actos alternativos al G 8. Según ella, se necesita mucho tiempo para rehabilitar la democracia en Rusia, porque ésta se ha asociado con la corrupción y dependencia exterior de principios de los noventa. "Rusia comienza a reforzarse y no sólo por los petrodólares", señaló.

Los problemas son muchos, desde unas fuerzas del orden público no preparadas para servir al ciudadano, a la baja cultura cívica del funcionariado, pasando por la intolerancia. Mientras se resuelven, Occidente puede elegir entre ayudar a Rusia o darla por desahuciada. Putin pide a sus siete socios del G 8 y al mundo que confíe en él, tanto en el tema de aprovisionamiento de energía como en el compromiso que dice sentir con la democracia.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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