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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El PP se aleja

Batasuna muestra su arrogancia cada vez que se le recuerda que tiene que desmarcarse de la violencia para ser un partido legal. Se han invocado distintas explicaciones para ese viaje a ninguna parte del partido de Otegi, pero una de ellas es, sin duda alguna, la inyección de moral que le proporciona el PP siempre que sus portavoces proclaman que ETA ya ha vencido y el Estado de derecho ha sido derrotado.

Ese mensaje fue reiterado ayer por el portavoz popular en el Senado, Pío García Escudero, que sintetizó sus reproches en un juicio dramático: que el hoy presidente del Gobierno había consentido conversaciones con ETA mientras la banda asesinaba a socialistas como Joseba Pagazaurtundua. Más tarde, y también en sede parlamentaria, el secretario general del PP, Ángel Acebes, enunció el compromiso de su partido de revocar, cuando vuelva al Gobierno, cualquier acuerdo que pueda alcanzarse en la proyectada mesa de partidos vascos.

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Pagazaurtundua fue asesinado en febrero de 2003. Es bastante probable que por esas fechas ya se hubieran producido los contactos informales entre algunos dirigentes del socialismo vasco y un sector de Batasuna personificado en Otegi, de los que los medios más diversos han informado. Esos contactos puede que fueran inoportunos, pero sólo podrá saberse con certeza cuando se conozca su contenido y eventual incidencia en acontecimientos como el compromiso de Otegi en Anoeta y el ulterior alto el fuego de ETA.

En todo caso, es una simplificación equiparar tales contactos con una negociación con ETA, y calumnioso atribuir a Zapatero una deslealtad con sus compromisos plasmados en el pacto antiterrorista. De hecho, el PSOE, entonces en la oposición, se comprometió decisivamente en la legitimación de la Ley de Partidos en 2002 y en la ilegalización de Batasuna, el año siguiente. Tales decisiones influyeron intensamente en el debilitamiento político del entramado etarra, que se quedó sin estrategia al servicio de la cual resultase útil seguir matando. Sin aquello no hubiera habido un periodo de más de tres años sin muertos.

Pero derrota política no equivale a disolución. Sin alguna forma de acuerdo en el que participe una Batasuna disociada de la violencia y que integre en su seno a los activistas reciclados, la agonía terrorista podría durar largos años, con alto costo en vidas. Ahora hay una oportunidad de oficializar el abandono definitivo de las armas. Pero puede frustrarse si al menos un sector de ese mundo se convence de que todavía tiene la oportunidad de imponer su programa máximo. Es decir, si un día sí y otro también escucha que su enemigo máximo, el PP, admite que ETA ha conseguido que jueces y policías se declaren en tregua, que el Gobierno se dispone a entregar Navarra a los abertzales y a admitir la autodeterminación, y que, de momento, los terroristas ya han conseguido su sueño de internacionalizar el conflicto.

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