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Reportaje:El desafío iraní

Washington estrecha el cerco a Teherán

El imparable desarrollo del programa atómico iraní complica la negociación de una salida a la crisis

"Todas las opciones están sobre la mesa". George W. Bush recordaba el martes que EE UU no descarta nada para frenar la capacidad de Irán de tener armas nucleares. "Queremos resolver el asunto diplomáticamente y estamos haciendo todos los esfuerzos para que sea así", añadió. Pero el mes de abril ha sido, hasta ahora, el más cruel para las esperanzas de la diplomacia. Y a la presión del régimen iraní y de su presidente, Mahmud Ahmadineyad, Washington responde con más presión.

El cerco es amplio, pero desigual. Nadie -la UE, China, Rusia y, desde luego, EE UU- quiere que Irán tenga armas nucleares, pero ninguno sabe cómo lograrlo. Las soluciones militares no parecen próximas, según los expertos. La mayoría coincide en que su eficacia sería dudosa, y sus repercusiones, contraproducentes; el compromiso ruso para enriquecer uranio iraní sigue en pie, pero no avanza en el punto clave, el cese del enriquecimiento en Irán. La presión diplomática aún tiene recorrido, pero las opciones se agotarán a medida que la escalada se acentúe. La crisis es un callejón que cada vez tiene menos salidas.

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El 15 de febrero, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, habló de "un nuevo esfuerzo para apoyar las aspiraciones de los iraníes a favor de la libertad". Rice pidió 75 millones de dólares para financiar actividades democráticas en Irán e incrementar las emisiones de radio, televisión e Internet dedicadas a los jóvenes iraníes. Al tiempo, varios medios han asegurado que el Pentágono actualiza sus planes sobre Irán. Según el periodista Seymour Hersch, "aunque el Gobierno defiende en público la diplomacia, ha aumentado las actividades clandestinas en Irán" -algo que el propio Hersch ya escribió en 2005, también en la revista The New Yorker- "e intensificado los planes de posibles ataques aéreos": fuentes militares anónimas aseguran que ha habido "misiones simuladas de bombardeos con armas nucleares". Bush lo consideró "especulaciones sin fundamento", pero es el mismo Bush que en mayo de 2002 dijo que no había "planes de guerra" encima de su mesa, refiriéndose a Irak.

¿Existen esos planes? "Lo raro sería que los militares y la comunidad de inteligencia no estuvieran contemplándolos", dice Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, que añade en su página web que no le extrañaría que las informaciones hayan sido autorizadas por el Gobierno, porque "añaden fuerza a la diplomacia y envían un mensaje a Teherán, y a los europeos, chinos y rusos, en el sentido de que a todos les interesa la solución diplomática". El debate se ha reactivado en EE UU, porque, como editorializó The Washington Post, "a no ser que la diplomacia funcione, este Gobierno o su sucesor tendrá que elegir entre lanzar una guerra o aceptar que Irán sea una potencia nuclear".

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Hay más expertos en contra que a favor de la intervención: en el mejor de los casos, dicen, sólo aplazaría el programa nuclear iraní -aunque los partidarios del cambio de régimen creen que ganar tiempo no es un asunto menor- y, sin duda, causaría una reacción de apoyo al régimen en el país. En cuanto a las consecuencias fuera, Richard Clarke y Steven Simon, que tuvieron responsabilidades antiterroristas, escriben en The New York Times que, tras una intervención, Irán podría hacer tres cosas: "Atacar instalaciones petroleras del golfo Pérsico, como hizo en los años ochenta, y hacer que se dispare aún más el barril de petróleo; usar su red terrorista contra objetivos de Estados Unidos en el mundo, y movilizar a los chiíes en Irak". El Congreso, concluyen, "no debe permitir al Gobierno otra guerra cuyo desenlace se desconoce o, peor aún, se conoce demasiado bien".

¿Qué hará el Gobierno de Bush? ¿Hablar directamente con los iraníes, como sugiere Richard Lugar, presidente del Comité de Exteriores del Senado? Aunque el caso es distinto, Clinton ya lo intentó con Corea del Norte, con pocos resultados, pero es una opción que puede ganar peso. ¿Forjar una alianza capaz de sancionar con eficacia a Teherán? "Para Irán", dijo Ken Pollack en un reciente debate en la Brookings Institution, "sería una pesadilla que EE UU y la UE se mantuvieran unidos y aplicaran sanciones económicas significativas". Pollack, contrario a la intervención militar, cree que es factible, aunque difícil, una política de contención. En el otro extremo están los que piden mano dura: The Wall Street Journal, voz conservadora autorizada, le dice a Bush que debe "empezar a hablar de por qué un Irán nuclear es inaceptable" y le recuerda que le quedan 33 meses en la Casa Blanca "con la responsabilidad de garantizar la seguridad; y no hay peligro más claro y urgente que el programa nuclear iraní".

La ONU pidió a Teherán el 29 de marzo suspender todas las actividades de enriquecimiento y reprocesamiento. Pero el 11 de abril, Ahmadineyad anunció que Irán se unía "al grupo de países con tecnología nuclear" al haber producido uranio en una red de 164 centrifugadoras, con planes para construir otras 3.000 en Natanz. Días después, Ahmadineyad dijo que han reanudado las investigaciones para multiplicar el enriquecimiento con la centrifugadora P-2. Exagerados o no, los anuncios echaron más leña al fuego.

Alemanes, británicos y franceses lamentaron que Irán avanzara "en la dirección equivocada". Estados Unidos y los países del Consejo de Seguridad se reunieron esta semana en Moscú para hablar de posibles sanciones: tanto Rusia como China pusieron el freno a Washington, por ahora. El viernes concluye el plazo de 30 días que la ONU dio a Irán para suspender el enriquecimiento de uranio. Rice cree que se deberían adoptar "medidas firmes". Se barajan limitaciones de viajes al exterior para los líderes iraníes y congelación de sus activos financieros. En una fase siguiente, el objetivo serían las exportaciones de petróleo y gas.

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