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Reportaje:Incendios en Galicia y Cataluña

Luto en casa del enterrador

El tercer fallecido era el sepulturero de Fragas, donde los vecinos se quejan de falta de medios

Álvaro Corcuera

Viajar estos días por la provincia de Pontevedra es hacerlo a través del humo. Un incendio aquí y otro allí. Se mire por donde se mire, el fuego siempre está a la vista. A la tragedia de 10.000 hectáreas quemadas hay que sumarle la pérdida de vidas, tres desde el pasado viernes, todas en el mismo incendio. Primero fueron dos mujeres, madre e hija, que volvían a Silleda desde Cercedo. Celia Golmar, de 75 años, y Marisa Castro, de 50, habían disfrutado de unos días de vacaciones. Marisa era enfermera y regresaba a casa junto a su madre porque tenía que trabajar el sábado. Las dos mujeres se vieron sorprendidas por el fuego cuando circulaban por la N-541, que une Pontevedra y Orense. Al verse cercadas por el humo trataron de desviarse por otra carretera. Esa fue su trampa. Allí quedaron atrapadas y calcinadas.

Como siempre en Fragas, la familia de Manuel será la encargada de enterrarlo
El último fallecido, de 74 años, luchaba contra el fuego para evitar que ardiera su casa
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El último fallecido murió anteayer en Fragas, una pequeña población del concello de Campo Lameiro, a unos 30 kilómetros de Pontevedra, cuando intentaba sofocar el fuego y evitar que ardiera su casa, sus tierras y también su medio de vida. Él era el enterrador del pueblo y se encargaba, junto a su familia, de cuidar la iglesia de Santa Mariña de Fragas y el cementerio del pueblo. Manuel Parada Fontela tenía 74 años pero "la vitalidad de un chaval de 50", según su vecino, Jesús Juncal. "Nos conocemos de toda la vida, es terrible... y fíjate en ese monte, está destrozado", se lamentaba. Manuel y Jesús, junto con otros vecinos, no pudieron hacer nada por "la rectorado", la casa donde antiguamente vivían los curas, situada junto a la iglesia románica, que escapó milagrosamente de las llamas.

En la puerta de la iglesia estaba ayer por la mañana Elías Moldes, cuñado del fallecido. Mientras su familia velaba al muerto en casa, él repicaba las campanas a difunto. Cada minuto, casi mecánicamente, Elías tiraba de dos cuerdas y el sonido a luto retumbaba en todo el pueblo. Al mismo tiempo, el antiguo edificio del párroco todavía humeaba. Como siempre han hecho en Fragas, la familia de Manuel, el enterrador, será la encargada de darle sepultura.

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Fuera de la casa, una de las hijas del fallecido no paraba de llorar. "Claro que no estamos contentos con la falta de ayuda", decía. Ni ella ni su hija podían articular más palabras pero se notaba el enorme disgusto en sus caras. Hace apenas dos años la tragedia también se cebó con la familia, cuando un hijo de Manuel murió electrocutado.

El alcalde de Campo Lameiro, Julio Sayans, no quería culpar a nadie, pero decía claramente que habían faltado medios. "No sé si es que se necesitaban más en otros pueblos, pero aquí estuvimos desasistidos", exclamaba. Así se entiende que un hombre de 74 años tuviera que luchar prácticamente solo para que el monte ardiera lo menos posible. Sayans añadía: "Por la tarde aquí sólo hubo una caterpillar y las cisternas de los agricultores". Al alcalde se le notaba el agradecimiento a sus vecinos en cada palabra, pero la decepción con la Xunta de Galicia. "Pasaron 48 horas hasta que recibimos la primera llamada para interesarse", se quejaba el edil, del PP.

Moldes explica que encontraron a su familiar acurrucado en el suelo. Tenía una pierna rota. Dice que, probablemente, se le fracturó "al intentar saltar a una charca al verse rodeado por el humo". No había agua. Moldes asegura que su cuñado "no pecó de valiente". Seguramente, quiso proteger sus tierras. "Tenía propiedades y supongo que trataría de salvarlas", dijo su vecino.

En Campo Lameiro y Fragas sólo se escuchaba ayer una cosa. Faltaron medios. "La gente es eventual para el verano, sin preparación; no tienen la personalidad necesaria para afrontar esto", se quejaba Jesús. Este vecino aseguraba que el día antes de producirse, el fuego se veía a kilómetros de distancia. El hollín, explicaba, llegaba encendido hasta su casa. Otro vecino de Campo Lameiro, indignado con la falta de profesionalidad, iba más allá: "Alguno del retén venía hasta fumando, no te digo más".

Seguramente no exageran. Aterrizar ayer en Vigo era hacerlo entre una cortina de humo. A ambos lados de la pista del aeropuerto una intensa niebla marrón lo cubría todo y el olor a eucalipto quemado cubría toda Galicia. La autopista hacia Pontevedra servía para entender la magnitud del problema. Al cruzar la ría de Vigo era imposible determinar su verdadera extensión. No se veía casi nada. Desde luego, era un mal día para hacer turismo, pésimo para apreciar la belleza del paisaje. La imagen de una Galicia verde era ayer sustituida por el negro. El rastro del fuego se veía a un costado y otro de la carretera. En los montes, a izquierda y derecha, el fuego. Uno, dos, tres... así continuamente.

Peor aspecto tenía la N-541, la carretera que resultó fatal para dos mujeres el viernes. A la altura de Viascón, las llamas rozaban la calzada sin que, al menos en apariencia, nadie estuviera controlando el fuego ni la Guardia Civil hubiera cortado la vía. Tan sólo un agente vigilaba el paso hacia Parada a través de una carretera comarcal. "En el pueblo hay una patrulla con una motobomba", aseguraba. Ninguna declaración más. Más adelante, un camión y dos jeep del ejército esperaban en la cuneta. Mutismo absoluto. Los soldados sentados. Sus superiores, aguardando órdenes. Un par de kilómetros más adelante, Víctor Grande, que vive en la zona, estaba indignado. "No entiendo cómo no pidieron ayuda al Ejército antes", decía. Ni comprendía a qué esperan los soldados: "Los he visto esta mañana en el bar de Conxa". El Ejército sólo confía en no tener que actuar. Su misión consiste en realizar posibles evacuaciones. Mientras ellos las ven venir, hidroaviones y helicópteros sobrevuelan Galicia.

También patrullas de bomberos. Algunas por Campo Lameiro. "¿Por qué vienen ahora? Ya es tarde, sólo es propaganda que no viene al caso". Era la voz del cuñado de Manuel, que denunciaba que el bosque está pésimamente cuidado: "Antes aquí no había eucaliptos; cultivábamos patatas, maíz, trigo...; pero la gente fue emigrando y el monte se fue abandonando". Eso propició que ardiera más rápido, pero la gran cantidad de focos que salpican Galicia hacen pensar que los fuegos son intencionados. Los vecinos lo saben y están furiosos: "Yo cogía a esos pirómanos y les cortaba el pescuezo, son unos hijos de puta".

Un bombero intenta sofocar las llamas dentro de un hórreo en Cotobade (Pontevedra).
Un bombero intenta sofocar las llamas dentro de un hórreo en Cotobade (Pontevedra).TOM RIBIERA

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Sobre la firma

Álvaro Corcuera
En EL PAÍS desde 2004. Hoy, jefe de sección de Deportes. Anteriormente en Última Hora, El País Semanal, Madrid y Cataluña. Licenciado en Periodismo por la Universitat Ramon Llull y Máster de Periodismo de la Escuela UAM / EL PAÍS, donde es profesor desde 2020. Dirigió 'The Resurrection Club', corto nominado al Premio Goya en 2017.

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