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JOSEP PIQUÉ | Candidato del PP a la Generalitat | La campaña electoral en Cataluña

Inteligencia mutante

A Josep Piqué, candidato del PP de Cataluña, le va la marcha. Sólo así puede entenderse su tendencia a buscar conflictos entre lo que se espera de él y lo que acaba haciendo. Repasando sus 51 años de biografía, encontramos un filón anarquista en sus orígenes que podría explicar esta aparente querencia por lo contradictorio. Digo aparente porque, al final, no le ha ido tan mal. Que fuera del PSUC durante el preposfranquismo se ha destacado mucho pero entonces El Partido era de los pocos que aseguraban emociones militantes, y, sobre todo, multitud de jóvenes con los que compartir algo más que fraternidad. Que el padre de Piqué fuera alcalde de Vilanova i la Geltrú en tiempos de Franco también explica que se rebelara contra él adoptando las ideas que más debían de fastidiarle. Ésa es, intuyo, otra característica del personaje: desconfiar de lo que los demás le recomiendan para elegir una opción que, a veces, le deja en una situación en la que el interés personal puede confundirse con cierto quijotismo liberal. Este quijotismo, argumentado con rigor e inteligencia, suele exasperar a los que desde la izquierda acaparan los principios progresistas.

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Elegir la docencia cuando estaba llamado a ser figura de la empresa privada, abandonar un cargo público e interrumpir una brillante ascensión para recoger lo sembrado en el sector privado, desoír las ofertas de CiU para acabar acercándose a un ascendente PP como independiente y, al final, aceptar el carnet pese a no identificarse con parte de su ideario configura una trayectoria en la que el interés fijo es una suma de intereses variables. Que nadie se confunda: todo tiene sus contrapartidas. Además de saciar su lado más vanidoso, Piqué llegó a conseguir una cartera de Asuntos Exteriores en un momento dulce de la diplomacia española. Eso le ha proporcionado una visión transversal de los mecanismos del poder y le ha permitido ejercitar unas vocacionales dotes de mando. Quizá por tener toda esta experiencia, durante los últimos tres años ha sido el político que más ha criticado los patinazos del tripartito. A veces resultaba tan convincente que sus adversarios y el electorado que no pensaba votarle le miraban con cara de estar pensando: "Lástima que sea del PP".

Piqué, pues, está curtido en todo tipo de bromas de mal gusto sobre su identidad. En Madrid le dicen que parece mentira que sea catalán y barcelonista y en Cataluña le critican por pertenecer al mismo partido que Acebes. Esta doble incomodidad, lejos de amedrentarle, le pone, y, para completar el círculo de autodisidencias, se enemista con el sector heavy de su propio partido y desactiva la tentación vidalquadrista primero con una actitud parlamentaria respetuosa con las leyes (deseando que los tribunales las revoquen, eso sí) y, en los últimos tiempos, lanzándose a la piscina con una decisión que no todos sus colaboradores, curtidos en durísimas batallas y ahora relegados al pelotón de gregarios, ven con buenos ojos: el fichaje efervescente de Montserrat Nebrera. Que monte en bicicleta, tenga casa en la Cerdanya y cultive una vida social no sectaria son aspectos secundarios comparados con la mayor vocación de Piqué: complicarse la vida expandiendo una gestualidad que incluye nerviosos cruces de brazos, mordeduras de uñas, aspavientos de manos y vehemencias varias. Que con semejante trayectoria intente seducir al electorado apelando al sentido común confirma que el sentido común ya no es, tampoco, lo que era.

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